¿Puede tener vigencia algo
escrito hace más de tres mil años? Esta es la edad
que, de acuerdo a lo que dice la Biblia, tienen las que quizás
son las diez líneas más importantes de la religión
cristiana, que le fueron dictadas a Moisés hacia el siglo
XIV antes de Jesucristo. La historia
del origen de los diez mandamientos es ya de por sí extraordinaria,
tanto por sus protagonistas como por sus circunstancias, pero
también es extraordinario el hecho de que durante tanto
tiempo hayan representado la base de la conducta moral cristiana.
Los diez preceptos que recibió Moisés
de Dios en la cima del monte Sinaí se han enseñado
generación tras generación y no sólo en la
doctrina católica: judíos, protestantes y ortodoxos
tienen también sus respectivos decálogos e incluso
en el Corán aparecen recogidos sustancialmente esos mandamientos.
"Amarás a Dios sobre todas las cosas"/"No
tomarás el nombre de Dios en vano"/"Santificarás
las fiestas"/"Honrarás a tu padre y a tu madre"/"No
matarás"/"No cometerás actos impuros"/"No
robarás"/"No dirás falso testimonio ni
mentirás"/"No consentirás pensamientos
ni deseos impuros"/"No codiciarás los bienes
ajenos". Esta es la versión actual de los mandamientos
en el Catecismo de la Iglesia católica. Y decimos actual
porque el decálogo ha sufrido transformaciones desde que
fue escrito en el capítulo 20 del Éxodo: su división
y numeración han variado, incluso algún mandato,
como el que prohíbe la realización y culto a las
imágenes que se especifica en el Éxodo, fue suprimido
en versiones posteriores.
Sin embargo, en esencia, los preceptos son los mismos
que se inscribieron en las tablas de la Ley. Circunstancias que,
obviamente, no son las mismas de hoy, iniciado el siglo XXI. Las
inquietudes mundiales han cambiado: ahora el racismo, la ecología,
las diferencias abismales entre países pobres y ricos,
la discriminación de la mujer y de la homosexualidad, los
derechos de los animales y la manipulación de la información
son algunas de las cuestiones que preocupan y que, en una primera
lectura, no parecen estar recogidas en los mandamientos. Por el
contrario, otros temas, como los relacionados con el placer físico
o el trabajar en domingo no están considerados en la sociedad
actual como algo especialmente negativo. ¿Están,
pues, obsoletos los diez mandamientos? ¿Deberían
modificarse, adaptarse a los nuevos tiempos? El Magazine ha planteado
esta cuestión a ocho expertos, cuatro filósofos
(Fernando Savater, José
Antonio Marina, Salvador Pániker
y Rafael Argullol) y cuatro teólogos
(Enrique Miret Magdalena, José
María Rovira Belloso, María
Josefa Amell y Gaspar Mora),
quienes nos brindan conclusiones tanto a favor como en contra,
y, sobre todo, una oportunidad para reflexionar en torno a un
decálogo que ha sido descrito como el antepasado de los
derechos humanos.
ENRIQUE MIRET MAGDALENA (Escritor y teólogo
seglar) El decálogo no ha sido siempre el mismo: en
el Antiguo Testamento ya hay dos versiones de los diez mandamientos
(la del Éxodo y la del Deuteronomio) y en el Nuevo Testamento
ya han variado bastante. El tiempo pasa e, igual que ha ocurrido
que el propio decálogo se ha enseñado de maneras
distintas, pues habrá que buscar uno para nuestra época.
Creo que eso es lo lógico para tener una visión
de la historia de la moral. Actualmente hay problemas (la falta
de justicia social, la inmigración, la violencia a unos
niveles verdaderamente amplísimos, la corrupción...)
que no están reflejados. Así, no veo una barbaridad
el reescribirlos. No diría que todas las cosas que se han
enseñado en el catecismo se hayan de reescribir completamente,
pero sí que hay que renovarlas. Ya un gran humanista, y
también cristiano, como fue el doctor Marañón,
decía que los tres enemigos del alma que se citaban en
el catecismo (el mundo, el demonio y la carne) no estaban de actualidad,
y que había que transformarlos en otros tres del tiempo
presente, que eran el hambre, la enfermedad y el desamor (la indiferencia).
Un cambio interesante y muy realista, porque eso es lo que está
pasando hoy en el mundo: hay hambre, enfermedad, pero la gente
es muy egoísta, y entonces surge el desamor.
FERNANDO SAVATER (Filósofo) Para mí,
los diez mandamientos son una acuñación más
o menos legendaria de unos códigos de conducta que han
estado vigentes a través de nuestras culturas, como por
ejemplo el "no matarás", que, en un mundo dominado
por el terrorismo y la guerra, no vendría mal recordar.
Tampoco me parece que, en una era de Gescarteras y varios, el
que se refiere al respeto a la propiedad ajena esté del
todo fuera de lugar. Cambiaría, por eso, los referentes
al sexo: no cometer actos impuros, no desear a la mujer de tu
prójimo... Creo que en un mundo en el que la idea del amor
es menos posesiva, en el que no se considera que el goce carnal
sea algo malo en sí, salvo si se daña al prójimo,
están un poco démodés. Habría
también que ampliar un poco algunos, como el octavo, el
que se refiere a la mentira. Con los medios de comunicación
e información que hay en la actualidad, merece, definitivamente,
ampliarse. Haría un enunciado como "no informarás
en vano" o "no informarás de manera sensacionalista
ni engañosa, y no contarás cotilleos de tu prójimo".
JOSÉ MARÍA ROVIRA BELLOSO (Profesor
emérito de Teología. Sacerdote)
Soy un enamorado de los diez mandamientos porque
son un principio religioso y humanista. No un tratado de moral,
y menos una casuística. Para mí, se asemejan a un
imperativo ético que gira alrededor de dos ejes: adorar
al Dios verdadero e huir de los ídolos, y no matar, es
decir, no hacer daño al hermano. En este sentido no están
ni obsoletos ni forman parte de la ciencia moral, sino que son
la base, el principio de la ética. No hacer daño
al otro y buscar al Dios verdadero... Yo creo que esto es lo que
interesa, tanto en el Antiguo Testamento, cuando se promulgan
en el libro del Éxodo, como en el siglo XXI. Si los mandamientos
tuvieran la pretensión de ser un tratado completo de ética
y de moral, evidentemente que se tendrían que escribir
teniendo en cuenta el racismo, el menosprecio a la mujer y las
guerras modernas, pero pienso que los mandamientos no tienen la
pretensión de dilucidar todos los problemas, sino de ser
la raíz con la que nosotros mismos completamos nuestro
tratado moral. Estos preceptos se produjeron en un contexto de
una cultura absolutamente rural, diferente. Así, lo obsoleto
son el contexto o las versiones reducidas de los mandamientos,
no el principio regulador, porque no hay cosa más actual
que el "no matarás".
SALVADOR PÁNIKER (Filósofo) Los
diez mandamientos, en tanto que "mandamientos", son
una cosa del pasado, que refleja una concepción del mundo
y de la convivencia que ya no son la nuestra. Ningún principio
ético a priori, ningún imperativo categórico,
sintoniza hoy con nuestra sensibilidad democrática y relativista.
Como muy bien advirtió el filósofo John
Dewey, los principios universales conducen siempre al absolutismo.
Hay que entender la convivencia humana como un modus vivendi de
permanente negociación y compromiso. Decía Groucho
Marx: "Estos son mis principios, y si a usted no le
gustan, tengo otros". El consenso sobre las normas éticas
es siempre provisional. Me encuentro, pues, mucho más cercano
a los utilitaristas que a [Immanuel] Kant.
En cuestiones éticas, sociales y políticas los grandes
principios resultan siempre sospechosos. La racionalidad es siempre
relativa y limitada. Uno no cree, por ejemplo, que se pueda demostrar
"racionalmente" que sea mejor la democracia que la dictadura,
mejor ayudar a un prójimo que darle un puntapié.
En contra de lo que pensaba Kant, la ley moral no está
"en el fondo de nuestro corazón". En el fondo
de nuestro corazón sólo hay perplejidad y vértigo.
Nada de "mandamientos de la ley de Dios", por tanto.
Quizá lo más "universal" que hoy se encuentra
en el mercado sea la doctrina de los derechos humanos. Pero hay
que revisarla permanentemente. Incluir, por ejemplo, el derecho
que tienen tos animales a no ser torturados. Lo cual, por cierto,
implica el derecho a la eutanasia voluntaria en el caso de los
animales humanos.
MARÍA JOSEFA AMELL (Presidenta del Colectivo
de Mujeres de la Iglesia) Los mandamientos no hablan de derechos,
sino más bien de obligaciones, y hoy, en una época
en la que se pone siempre más énfasis en los derechos,
quizá no vendría mal hablar de las obligaciones
que las personas deberíamos tener. Ahora, las cosas tomadas
al pie de la letra, a veces suenan muy duras, difíciles
de cumplir. Por eso, en el caso de los mandamientos, considero
que hay que darles la vuelta y pensar en el momento que fueron
escritos, una época en que hacía falta dar una leyes
mínimas (como la idea de un Dios único, por ejemplo).
Así creo que los mandamientos aportaron unas normas básicas
de convivencia que luego Jesús complementó con sus
enseñanzas. Además, hay unos preceptos muy humanos
que responden a las necesidades de las personas, como el de santificar
las fiestas, que implicaba el derecho a descansar en una época
en la que la esclavitud era algo corriente. De todos modos, creo
que no están adaptados a los tiempos de hoy. Ahora no hay
duda de que los escribiríamos de otro modo, hablaríamos
de más cosas; lógicamente, los complicaríamos
todavía más. Quizás incluiríamos un
mandamiento referente a no dañar a la creación,
a la naturaleza, y alguno referente a la discriminación
de la mujer, que en esa época era un problema que no se
planteaban porque la idea, sencillamente, no entraba en su cultura.
La mujer era una propiedad del hombre, equiparable a las cabras
y a la casa y punto, un bien material que el prójimo no
debía desear.
JOSÉ ANTONIO MARINA (Filósofo) En
el decálogo hay que distinguir entre preceptos exclusivamente
religiosos y preceptos éticos. Aquellos valen para los
creyentes y estos para todos. Los mandatos religiosos son: amar
a Dios, honrar su nombre, santificar sus fiestas. Los demás
son éticos. Honrar a los padres, no matar, no robar, no
mentir, no codiciar lo ajeno, son preceptos admitidos por todas
las morales. Los relativos a la sexualidad -no fornicar, por ejemplo-
han sido revisados en algunas culturas, pero en todas ellas hay
algún tipo de normativa respecto a la sexualidad: el incesto,
la violación, la pedofilia, la obsesión sexual.
Esta distinción entre preceptos religiosos y éticos
se ve con mucha claridad en el resumen que da el cristianismo:
los diez mandamientos se reducen a dos: amar a Dios (religioso)
y amar al prójimo (ético).
GASPAR MORA (Sacerdote, profesor de Moral) Cuando
se hizo el primer redactado, no debió de ser fácil
integrar toda la vida dentro de los mandamientos, porque la vida
es realmente complicada. Ahora, ya es sorprendente que en el momento
que se escribieron, un momento tan religioso, tres de los diez
estuvieran dedicados a Dios y los otros siete, a la vida social.
Hubo un esfuerzo por hacer formulaciones genéricas que
han sido válidas durante centenares de años, lo
que es admirable. Pero ha pasado mucho tiempo, ha habido problemas
de todo tipo y han ido apareciendo más temas, como la ecología,
la realización de la mujer, la liberación de la
sexualidad... Aspectos dificilísimos de integrar dentro
del texto tan concreto de los mandamientos; aunque sería
impensable sacar unos cuantos y añadir otros. El gran trabajo
es integrar todos los problemas que vayan surgiendo dentro del
espíritu fundamental de estas pequeñas frases. Este
es el desafío que dejan las formulaciones tan genéricas:
concretar. Por ejemplo, la dignidad personal, la vida social,
temas que pertenecen a nuestra preocupación ética,
no tienen mandamientos concretos, pero están reflejados
en preceptos como "no matarás", "no robarás",
"no calumniarás" u "honrarás a tu
padre y a tu madre". Respecto a los que se refieren a la
relación con Dios, en nuestra cultura actual, muy arreligiosa,
se puede preguntar qué sentido tiene ahora hablar de esa
relación o de no tomar su nombre vano o santificar las
fiestas. Yo sigo creyendo que el mensaje cristiano integra en
una misma actitud la relación de amor a Dios y la relación
de amor a los otros. Es lo que dice nuestra tradición más
simple: estos mandamientos se resumen en dos, amar a Dios y a
amar a los demás. Suprimir una de estas dimensiones es
destruir el cristianismo.
RAFAEL ARGULLOL (Filósofo) En parte,
los mandamientos sí están obsoletos, sobre todo
en lo que concierne a la formulación más vinculada
a una determinada visión religiosa y moral, pero no hay
duda de que mantienen su vigencia como integrantes de una especie
de fondo ético que va más allá de las creencias
religiosas en las distintas culturas. Partiendo de esta visión,
yo lo que propondría es una reforma de los enunciados y
contenidos siguiendo el orden estricto. Juntaría el primero
y el segundo porque forman parte de lo mismo, y para los que no
tenemos una divinidad con la cual relacionarnos de una manera
estricta, me parece que lo más oportuno es hablar de un
respeto a lo que es nuestro entorno, sea nuestro entorno más
directo lo que podríamos llamar naturaleza. El tercero,
santificar la fiestas, en época en que el ocio se han convertido
en una de las peores formas de alienación, yo lo sustituiría
con la proclama de ir a contracorriente. El cuarto, honrar padre
y madre, me parece bien, pero muchas veces conlleva un egoísmo
de tipo tribal bastante desagradable... Lo sustituiría
por tener compasión en el sentido etimológico de
la palabra: de compartir las pasiones con los seres con los cuales
tienes una relación más inmediata. En el quinto
yo casi propondría negar toda forma de violencia. Para
mí, el sexto y el noveno (relacionados con pensamientos
y acciones impuras) no tienen ningún sentido. Los sustituiría
por un concepto más amplio que sería "no traicionar".
Al octavo, el que se refiere a no mentir, yo le daría un
enunciado más adecuado a nuestros días, como "no
serás falso", y dentro de los falsarios incluiría
a los hipócritas, a los envidiosos y a los resentidos.
Juntaría también el séptimo y el décimo
bajo el epígrafe: "No serás codicioso".
La codicia, en esa jerarquía de pecados, es la última,
pero al mismo tiempo, la peor. De la misma manera que hacíamos
de pequeños, que los resumíamos en dos, yo haría
aquí lo mismo, sintetizándolos así: "Despreciarás
la codicia sobre todas las cosas y no difamarás".
Primera publicación: Magazine,
revista dominical de La Vanguardia
(28/7/2002). Gracias a Manuel Borraz
por llamar la atención de Dios!,
y luego enviar, el presente artículo.
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