En 1999, Nostradamus se puso de moda. "Descubrir" se ocupo de él un año antes.

 

[VISIONARIOS]

NOSTRADAMUS: EL PROFETA SIN LA MÁSCARA
Por Mariano Moldes

Considerado el vidente más prestigioso de la historia, los textos de Michel de Nôtre Dame -mejor conocido como Nostradamus- inspiraron una fenomenal industria de best-séllers. Venerado y temido por quienes lo creen un visionario, esta nota trata de iluminar la profunda oscuridad de sus profecías y, de paso, repasar su vida legendaria, entre monarcas y famosos de todos los tiempos.

Según la historia oficial, Nostradamus fue un médico del siglo XVI. Su primer prodigio fue librar una exitosa batalla contra la peste bubónica. Más tarde, se zambulló en el estudio de diversos temas esotéricos, especialmente las artes adivinatorias. Existen bibliotecas enteras con interpretaciones de sus Centurias (10 conjuntos de 100 estrofas). Sus exégetas aseguran que se anticipó a hechos históricos en su propia época y los siglos que siguieron, pero ejercer estas actividades lo arriesgaba a morir quemado por la Inquisición.


Nadie sabe si aplicaba técnicas astrológicas ortodoxas o usaba un don innato. A fin de evitar la persecución, y también porque en las visiones aparecían hechos que no encajaban con las categorías de su época, Nostradamus solía explicar que escribía sus vaticinios en forma de una poesía oscura, sobrecargada de símbolos y metáforas. Pese a la vaguedad de su lenguaje, el paso de los siglos pareció correr a su favor, aportando sobrecogedoras pruebas de sus habilidades. Las Centurias aún guardarían valiosa información sobre el futuro de la Humanidad. Para sus críticos, no existen pruebas de que Nostradamus haya realizado auténticas predicciones. Es más: si se abandonara este dogma consagrado por la tradición, es posible explicar los rasgos de su obra que sorprendieron a tantos comentaristas a lo largo de los siglos.

UN ASTRÓLOGO DE SALON
En la versión que casi todo el mundo maneja se entremezcla la verdad con la leyenda con extraordinaria facilidad. Oriundo de Saint Rémy de Provence, en el sur de Francia, Michel de Nôtre Dame (1503-1566) estudió Medicina en la prestigiosa Universidad de Montpellier. El programa de la carrera contenía muchos conceptos que, hoy se sabe, eran erróneos. Por entonces, se practicaba la herboristería y se tomaban medidas higiénicas que combinaban procedimientos adecuados con otros que -a la luz de los conocimientos actuales- eran inservibles o perjudiciales.
En sintonía con una costumbre de la época, una vez graduado, Michel de Nôtre Dame latinizó su apellido como Nostradamus, nombre con el que pasaría a la historia. Combatió epidemias mortíferas de enfermedades que hoy no se pueden identificar con certeza, conocidas genéricamente como “la peste” (algunos historiadores apuntan que la peste bubónica se encontraba entre ellas), motivo por el cual no se puede evaluar su éxito: no se sabe cuántos de los casos que trató eran realmente manifestaciones de la epidemia, o cuadros benignos que se le parecían superficialmente.
En el siglo XVI, la Astronomía aún no se había separado de la Astrología. Por entonces, la disciplina conocida como Astrología comprendía muchos conceptos rigurosos y hechos verificables sobre el comportamiento de los cielos. Esto, unido a la gran ignorancia en cuestiones físicas y biológicas, reforzaba la credibilidad de sus influencias sobre el mundo terrestre que los astrólogos postulan aún hoy. La Iglesia sólo condenaba la posibilidad de formular predicciones específicas, ya que negaba el libre albedrío y la potestad de Dios para cambiar el futuro. En cambio, aprobaba su uso para diagramar la administración de tratamientos médicos. Por eso se la enseñaba en las facultades de Medicina, y así fue como Nostradamus tomó contacto con ella.
Nostradamus se estableció en la ciudad de Salon, donde vivió la mayor parte de su vida. Entre sus clientes estuvieron los ricos y famosos de la época. Catalina de Médicis, (esposa de Enrique II, rey de Francia) lo invitó a la Corte. Después de su estadía, Nostradamus siguió siendo consultado por la familia real y por otros monarcas europeos. Realizó gran cantidad de diagnósticos astrológicos por encargo y publicó varias colecciones de predicciones: los Presagios, los Sextetos y las famosas Centurias.
Se fantaseó mucho sobre los riesgos que entrañaba para Nostradamus la actividad profética. Para empezar, la Inquisición no alcanzó nunca en Francia la ferocidad que sí tuvo en España. Por otra parte, él era un protegido de la consorte real Catalina de Médicis, famosa por sus simpatías esotéricas. Tras la deserción del rey de Inglaterra Enrique VIII, que estableció la Iglesia anglicana cuando el Papa no respaldó su divorcio, la Iglesia estaba muy poco dispuesta a disgustar a una figura europea muy poderosa hostigando a un asesor suyo.

CARTAS QUE QUEMAN
Las predicciones de Nostradamus eran demasiado imprecisas, y las quejas de sus clientes están documentadas. Los casos más notables son los del empresario minero alemán Hans Rosenberger y el noble Hyeronimus Schorer. Del análisis de su correspondencia se desprende que él no era capaz de ejecutar los cálculos astrológicos, los cuales encargaba a terceros, limitándose a elaborar las interpretaciones de los datos (una situación coherente con el hecho de que su formación astrológica provenía de una asignatura menor en la carrera de Medicina).
Pese a que sus predicciones eran oscuras, Nostradamus gozaba de gran aceptación. Tal vez la razón sea que -pese a desconocer qué le deparaba el destino a sus clientes- al menos sí sabía cuáles eran las mejores expectativas que podrían sacarlo de la incertidumbre, sin llevarlo a recaer en frustraciones. La medicina primitiva dependía en gran medida de la empatía desarrollada entre el médico y el paciente y entrañaba un intenso ejercicio de psicología práctica. Hoy se diría que Nostradamus tenía un gran manejo del fenómeno de la profecía autocumplidora. La fe que depositaba el consultante en su consejero astrológico también era decisiva. Su fama comenzó a crecer cuando ejerció la medicina durante las epidemias y alcanzó su cúspide cuando la realeza requirió sus servicios.
Nostradamus también incrementó su renombre mediante alguna que otra triquiñuela publicitaria: de origen judío, afirmó que descendía de la tribu bíblica de Isacar, que estaría singularmente dotada para la profecía. Sin embargo, pocos biógrafos aclaran que es casi imposible rastrear cualquier genealogía hasta los tiempos de las Doce Tribus de Israel. Sus públicas protestas de catolicismo ortodoxo no eran sino una excusa para exigir tolerancia para con sus vaguedades. Hoy se sabe que sus simpatías eran protestantes: llamaba “cristianos” a secas a los reformistas, y “papistas” a los católicos, y no ahorraba críticas para con sus excesos represivos. Paradójicamente, se arriesgó más con estas expresiones que con los varios tomos llenos de predicciones precisas que hubiera podido escribir si -digámoslo ya mismo- realmemte hubiera tenido las capacidades proféticas de las que se jactaba.

HAZTE LA FAMA... O LA PREDICCIÓN QUE LO CONVIRTIÓ EN MITO
La primera profecía histórica que pareció cumplirse se refería a la muerte del rey Enrique II de Francia, esposo de Catalina de Médicis. El monarca murió accidentalmente durante una justa y su viuda encargó un relevamiento de vaticinios a fin de descubrir si alguno de los adivinos o astrólogos a quienes consultaba se había anticipado a la tragedia. En la Cuarteta 1-35 (estrofa 35 de la Centuria 1) había una serie de imágenes que sugerían el desenlace. No bien esto se supo, Nostradamus se convirtió en una figura reverenciada y temida. A tal punto que sus malos augurios para Inglaterra desataron verdaderas oleadas de pánico en ese país, por entonces adversario tradicional de Francia. Para algunos, entre las razones de Catalina de Médicis para alimentar la figura de Nostradamus habría existido un proyecto de guerra psicológica contra sus archienemigos.
La predicción que convirtió a Nostradamus en un mito viviente permite descubrir hasta qué punto la historia está contaminada por la leyenda. Hoy, los comentaristas de Nostradamus siguen repitiendo que en la justa fatídica Enrique II llevaba un yelmo con visor de oro (“...le vaciará los ojos en su jaula de oro...”), sin que nadie repare que el oro es un metal blando y deformable. Incluso para hacer joyas -que no están destinadas a soportar los terribles impactos de una batalla de esa época- es necesario utilizarlo en forma de aleaciones con otros metales.
La regente Catalina animó a los intelectuales de su tiempo a inaugurar una tradición en la glosa de Nostradamus.

1. Unas interpretaciones se apoyan sencillamente en otras, propias o de otro autor.
2. Se toman cuartetas enteras o partes de ellas; juntas o separadas.
3. Toda imagen es una alegoría histórica.
4. Se adoptan significados derivados en otros idiomas (latín, hebreo, griego) sin tener en cuenta si Nostradamus los conocía. De su correspondencia se desprende que no dominaba el latín.
5. Las palabras comunes pueden significar nombres propios.
6. Toda palabra cuyo significado no se comprenda de primera intención, se considera un anagrama -esto es, un reordenamiento de las letras de otra. A su vez, la acepción de “anagrama” es muy amplia, porque para arribar a un significado propuesto no sólo es necesario reordenar las letras sino también agregarlas o quitarlas, o usar una ortografía muy caprichosa.

¿POR QUÉ NOSTRADAMUS?
Las exigencias que la profecía de nivel histórico planteó al médico de Salon fueron menores que las de su labor como asesor astrológico independiente, ya que no existían presiones por obtener resultados concretos. A menudo, es posible identificar claramente entre sus profecías hechos que ya habían sucedido cuando las formuló, tal vez esperando que su público creyera que las había escrito mucho antes. Para el historiador francés Louis Schlosser, por ejemplo, la Cuarteta 1-35 representa el enfrentamiento entre Enrique VIII de Inglaterra y Santo Tomás Moro.
Pero ¿qué hizo la diferencia entre Nostradamus y tantos otros videntes a lo largo de la historia? Si él no tenía más para ofrecer que cualquier otro de los miles de astrólogos o adivinos de su tiempo, ¿por qué se siguen recordando sus profecías históricas?
Tal vez la respuesta estribe en que él, en realidad, era un artista. Las Centurias son, ante todo, poesía ajustada a cánones de metro y rima. Sus líneas glosaban la turbulenta historia de los tiempos recientes, a la par que prometían más de lo mismo, y lo hacían con imágenes grandilocuentes y poderosas. La psiquis humana es extremadamente vulnerable a los embates de la poesía: para entender el impacto de las Centurias convendría recordar que también era frecuente la atribución de significado a composiciones poéticas que no fueron concebidas como profecía.
Su época lo ayudó: por entonces la forma de las turbulencias históricas se prestaba a ser expresada en forma de una poesía ampulosa, pero huérfana en detalles. Que alguna de las batallas o disputas dinásticas que predecía llegase a “cumplirse”, era sólo cuestión de tiempo. Hoy no se aceptan excusas para el lenguaje oscuro, hay mayores demandas de información y la política se volvió vertiginosamente compleja.

¿ÁNGEL O DEMONIO?
Las evidencias demuestran que Nostradamus no estaba más dotado para la profecía que cualquiera de nosotros. Pero ¿cuál es el estatus ético del mítico vidente? Se dedicó a una práctica que no contradecía el grueso del conocimiento aceptado en esa época; y le agregó eficacia al inyectarle sentido común y arte. Sin embargo, abusó de las perversiones del oficio: aunque invocó la amenaza de la Inquisición para justificar sus vaguedades, sus profecías no hubieran sido menos oscuras si pronunciaba nombres que no significaban nada en aquella época. ¿Qué hubiera significado en el siglo XVI “Napoleón Bonaparte” o “Adolf Hitler”?
En cualquier caso, se arriesgó más como médico y como activista protestante clandestino que como vidente.
Sin embargo, tampoco sería justo pasarle las facturas que merecen sus exégetas, quienes -por su credulidad, fantasía y oportunismo-, fueron, al fin y al cabo, quienes más se enriquecieron invocando su nombre.

Mariano Moldes © 1998 Primera publicación: revista Descubrir Año 8 N° 85, agosto de 1998. Buenos Aires, Argentina.

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