Nadie sabe si aplicaba técnicas astrológicas
ortodoxas o usaba un don innato. A fin de evitar la persecución,
y también porque en las visiones aparecían hechos
que no encajaban con las categorías de su época, Nostradamus
solía explicar que escribía sus vaticinios en forma
de una poesía oscura, sobrecargada de símbolos y metáforas.
Pese a la vaguedad de su lenguaje, el paso de los siglos pareció
correr a su favor, aportando sobrecogedoras pruebas de sus habilidades.
Las Centurias aún guardarían valiosa información
sobre el futuro de la Humanidad. Para sus críticos,
no existen pruebas de que Nostradamus haya realizado auténticas
predicciones. Es más: si se abandonara este dogma
consagrado por la tradición, es posible explicar los
rasgos de su obra que sorprendieron a tantos comentaristas a lo
largo de los siglos.
UN ASTRÓLOGO DE SALON
En la versión que casi todo el mundo maneja se entremezcla
la verdad con la leyenda con extraordinaria facilidad. Oriundo
de Saint Rémy de Provence, en el sur de Francia, Michel
de Nôtre Dame (1503-1566) estudió Medicina en la
prestigiosa Universidad de Montpellier. El programa de la carrera
contenía muchos conceptos que, hoy se sabe, eran erróneos.
Por entonces, se practicaba la herboristería y se tomaban
medidas higiénicas que combinaban procedimientos adecuados
con otros que -a la luz de los conocimientos actuales- eran inservibles
o perjudiciales.
En sintonía con una costumbre de la época, una vez
graduado, Michel de Nôtre Dame latinizó su apellido
como Nostradamus, nombre con el que pasaría a la historia.
Combatió epidemias mortíferas de enfermedades
que hoy no se pueden identificar con certeza, conocidas genéricamente
como “la peste” (algunos historiadores apuntan que la peste
bubónica se encontraba entre ellas), motivo por el cual
no se puede evaluar su éxito: no se sabe cuántos
de los casos que trató eran realmente manifestaciones de
la epidemia, o cuadros benignos que se le parecían superficialmente.
En el siglo XVI, la Astronomía aún no se había
separado de la Astrología. Por entonces, la disciplina
conocida como Astrología comprendía muchos conceptos
rigurosos y hechos verificables sobre el comportamiento de los
cielos. Esto, unido a la gran ignorancia en cuestiones físicas
y biológicas, reforzaba la credibilidad de sus influencias
sobre el mundo terrestre que los astrólogos postulan aún
hoy. La Iglesia sólo condenaba la posibilidad de formular
predicciones específicas, ya que negaba el libre albedrío
y la potestad de Dios para cambiar el futuro. En cambio, aprobaba
su uso para diagramar la administración de tratamientos
médicos. Por eso se la enseñaba en las facultades
de Medicina, y así fue como Nostradamus tomó contacto
con ella.
Nostradamus se estableció en la ciudad de Salon, donde
vivió la mayor parte de su vida. Entre sus clientes estuvieron
los ricos y famosos de la época. Catalina
de Médicis, (esposa de Enrique
II, rey de Francia) lo invitó a la Corte. Después
de su estadía, Nostradamus siguió siendo consultado
por la familia real y por otros monarcas europeos. Realizó
gran cantidad de diagnósticos astrológicos por encargo
y publicó varias colecciones de predicciones: los Presagios,
los Sextetos y las famosas Centurias.
Se fantaseó mucho sobre los riesgos que entrañaba
para Nostradamus la actividad profética. Para empezar,
la Inquisición no alcanzó nunca en Francia la ferocidad
que sí tuvo en España. Por otra parte, él
era un protegido de la consorte real Catalina de Médicis,
famosa por sus simpatías esotéricas. Tras la deserción
del rey de Inglaterra Enrique VIII, que estableció la Iglesia
anglicana cuando el Papa no respaldó su divorcio, la Iglesia
estaba muy poco dispuesta a disgustar a una figura europea muy
poderosa hostigando a un asesor suyo.
CARTAS QUE QUEMAN
Las predicciones de Nostradamus eran demasiado imprecisas, y las
quejas de sus clientes están documentadas. Los casos más
notables son los del empresario minero alemán Hans Rosenberger
y el noble Hyeronimus Schorer. Del análisis de su correspondencia
se desprende que él no era capaz de ejecutar los cálculos
astrológicos, los cuales encargaba a terceros, limitándose
a elaborar las interpretaciones de los datos (una situación
coherente con el hecho de que su formación astrológica
provenía de una asignatura menor en la carrera de Medicina).
Pese a que sus predicciones eran oscuras, Nostradamus gozaba
de gran aceptación. Tal vez la razón sea que
-pese a desconocer qué le deparaba el destino a sus clientes-
al menos sí sabía cuáles eran las mejores
expectativas que podrían sacarlo de la incertidumbre, sin
llevarlo a recaer en frustraciones. La medicina primitiva dependía
en gran medida de la empatía desarrollada entre el médico
y el paciente y entrañaba un intenso ejercicio de psicología
práctica. Hoy se diría que Nostradamus tenía
un gran manejo del fenómeno de la profecía autocumplidora.
La fe que depositaba el consultante en su consejero astrológico
también era decisiva. Su fama comenzó a crecer
cuando ejerció la medicina durante las epidemias y alcanzó
su cúspide cuando la realeza requirió sus servicios.
Nostradamus también incrementó su renombre mediante
alguna que otra triquiñuela publicitaria: de origen
judío, afirmó que descendía de la tribu bíblica
de Isacar, que estaría singularmente dotada para la profecía.
Sin embargo, pocos biógrafos aclaran que es casi imposible
rastrear cualquier genealogía hasta los tiempos de las
Doce Tribus de Israel. Sus públicas protestas de catolicismo
ortodoxo no eran sino una excusa para exigir tolerancia para con
sus vaguedades. Hoy se sabe que sus simpatías eran protestantes:
llamaba “cristianos” a secas a los reformistas, y “papistas” a
los católicos, y no ahorraba críticas para con sus
excesos represivos. Paradójicamente, se arriesgó
más con estas expresiones que con los varios tomos llenos
de predicciones precisas que hubiera podido escribir si -digámoslo
ya mismo- realmemte hubiera tenido las capacidades proféticas
de las que se jactaba.
HAZTE LA FAMA... O LA PREDICCIÓN QUE LO
CONVIRTIÓ EN MITO
La primera profecía histórica que pareció
cumplirse se refería a la muerte del rey Enrique II
de Francia, esposo de Catalina de Médicis. El monarca
murió accidentalmente durante una justa y su viuda encargó
un relevamiento de vaticinios a fin de descubrir si alguno de
los adivinos o astrólogos a quienes consultaba se había
anticipado a la tragedia. En la Cuarteta 1-35 (estrofa 35 de
la Centuria 1) había una serie de imágenes que sugerían
el desenlace. No bien esto se supo, Nostradamus se convirtió
en una figura reverenciada y temida. A tal punto que sus malos
augurios para Inglaterra desataron verdaderas oleadas de pánico
en ese país, por entonces adversario tradicional de Francia.
Para algunos, entre las razones de Catalina de Médicis
para alimentar la figura de Nostradamus habría existido
un proyecto de guerra psicológica contra sus archienemigos.
La predicción que convirtió a Nostradamus en un
mito viviente permite descubrir hasta qué punto la historia
está contaminada por la leyenda. Hoy, los comentaristas
de Nostradamus siguen repitiendo que en la justa fatídica
Enrique II llevaba un yelmo con visor de oro (“...le vaciará
los ojos en su jaula de oro...”), sin que nadie repare que
el oro es un metal blando y deformable. Incluso para hacer
joyas -que no están destinadas a soportar los terribles
impactos de una batalla de esa época- es necesario utilizarlo
en forma de aleaciones con otros metales.
La regente Catalina animó a los intelectuales de su tiempo
a inaugurar una tradición en la glosa de Nostradamus.
1. Unas interpretaciones se apoyan sencillamente
en otras, propias o de otro autor.
2. Se toman cuartetas enteras o partes de ellas; juntas
o separadas.
3. Toda imagen es una alegoría histórica.
4. Se adoptan significados derivados en otros idiomas (latín,
hebreo, griego) sin tener en cuenta si Nostradamus los conocía.
De su correspondencia se desprende que no dominaba el latín.
5. Las palabras comunes pueden significar nombres propios.
6. Toda palabra cuyo significado no se comprenda de primera
intención, se considera un anagrama -esto es, un reordenamiento
de las letras de otra. A su vez, la acepción de “anagrama”
es muy amplia, porque para arribar a un significado propuesto
no sólo es necesario reordenar las letras sino también
agregarlas o quitarlas, o usar una ortografía muy caprichosa.
¿POR QUÉ NOSTRADAMUS?
Las exigencias que la profecía de nivel histórico
planteó al médico de Salon fueron menores que las
de su labor como asesor astrológico independiente, ya que
no existían presiones por obtener resultados concretos.
A menudo, es posible identificar claramente entre sus profecías
hechos que ya habían sucedido cuando las formuló,
tal vez esperando que su público creyera que las había
escrito mucho antes. Para el historiador francés Louis
Schlosser, por ejemplo, la Cuarteta 1-35 representa el enfrentamiento
entre Enrique VIII de Inglaterra y Santo
Tomás Moro.
Pero ¿qué hizo la diferencia entre Nostradamus y
tantos otros videntes a lo largo de la historia? Si él
no tenía más para ofrecer que cualquier otro de
los miles de astrólogos o adivinos de su tiempo, ¿por
qué se siguen recordando sus profecías históricas?
Tal vez la respuesta estribe en que él, en realidad, era
un artista. Las Centurias son, ante todo, poesía
ajustada a cánones de metro y rima. Sus líneas glosaban
la turbulenta historia de los tiempos recientes, a la par que
prometían más de lo mismo, y lo hacían con
imágenes grandilocuentes y poderosas. La psiquis
humana es extremadamente vulnerable a los embates de la poesía:
para entender el impacto de las Centurias convendría recordar
que también era frecuente la atribución de significado
a composiciones poéticas que no fueron concebidas como
profecía.
Su época lo ayudó: por entonces la forma de las
turbulencias históricas se prestaba a ser expresada en
forma de una poesía ampulosa, pero huérfana en
detalles. Que alguna de las batallas o disputas dinásticas
que predecía llegase a “cumplirse”, era sólo cuestión
de tiempo. Hoy no se aceptan excusas para el lenguaje oscuro,
hay mayores demandas de información y la política
se volvió vertiginosamente compleja.
¿ÁNGEL O DEMONIO?
Las evidencias demuestran que Nostradamus no estaba más
dotado para la profecía que cualquiera de nosotros.
Pero ¿cuál es el estatus ético del mítico
vidente? Se dedicó a una práctica que no contradecía
el grueso del conocimiento aceptado en esa época; y le
agregó eficacia al inyectarle sentido común y arte.
Sin embargo, abusó de las perversiones del oficio: aunque
invocó la amenaza de la Inquisición para justificar
sus vaguedades, sus profecías no hubieran sido menos
oscuras si pronunciaba nombres que no significaban nada en aquella
época. ¿Qué hubiera significado en el
siglo XVI “Napoleón Bonaparte”
o “Adolf Hitler”?
En cualquier caso, se arriesgó más como médico
y como activista protestante clandestino que como vidente.
Sin embargo, tampoco sería justo pasarle las facturas que
merecen sus exégetas, quienes -por su credulidad, fantasía
y oportunismo-, fueron, al fin y al cabo, quienes más se
enriquecieron invocando su nombre.
Mariano Moldes © 1998 Primera publicación:
revista Descubrir Año 8 N° 85, agosto de 1998.
Buenos Aires, Argentina.
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