Esta investigación comenzó cuando
uno de los autores confirmó la versión según
la cual en el Hospital de Agudos Eva Perón, antes Castex,
una
médica experimentaba con una tecnología terapéutica
aparentemente revolucionaria, que sería capaz de
curar desde el insomnio hasta el cáncer, desde raquitismo
hasta una artritis, desde el tabaquismo hasta problemas de aprendizaje.
Todo cual se lograría con sólo exponer las partes
afectadas a un misterioso rayo que aparentemente no ocasiona
ningún daño, malestar ni efecto tóxico.
La doctora Alicia Canciani, del Servicio de Cirugía Plástica
y Reparadora de ese hospital, admitió que desde hace
tres años somete a sus pacientes al influjo de este artefacto
-llamado Sistema Túnel Fotónico- con el propósito
de acelerar el proceso de cicatrización posoperatorio.
La doctora Canciani conoció el dispositivo a partir de
una desgracia familiar. En 1991, su madre vivía afligida
por graves dolores reumáticos. Ante la falta de soluciones
médicas, su familia la acompañó a probar
suerte con alguna terapia no convencional. Así llegó
al consultorio de Carlos Belolahvek,
quien curiosamente no es médico sino ingeniero electromecánico.
Belolahvek, inventor del Túnel Fotónico, supervisó
las aplicaciones. Una vez completado el tratamiento, siempre
según la doctora Canciani, la salud de su madre había
mejorado considerablemente. Así, decidió adquirir
un aparato y empezar a experimentar por su cuenta, concentrándose
en pacientes con grandes cicatrices faciales y con fracturas
maxilares.
Lo peculiar del caso es que comenzó a experimentar con
los pacientes que iban a atenderse a un hospital público
sin gestionar ninguna autorización. Sin embargo, ésta
no fue la novedad que más asombró a los autores
en su intento por despejar las incógnitas que rodeaban
al Túnel Fotónico.
UN POCO DE MISTERIO
¿Cómo funciona el dichoso aparato? A ciencia cierta,
no se puede decir mucho: hasta ahora nadie, fuera del círculo
de colaboradores del ingeniero Belolahvek, ha logrado reproducir
los “extraordinarios resultados” que invoca en sus folletos
publicitarios, en uno de los cuales enumera nada menos que 63
enfermedades para las cuales habría encontrado cura.
El cronista visitó su consultorio en el barrio de Belgrano
y pudo ver el llamado Túnel Fotónico, una estructura
metálica del tamaño de una caja de zapatos que
emite un débil sonido y funciona a pilas. Este último
dato, en verdad, no fue confirmado: Belolahvek no permitió
examinar, y mucho menos fotografiar, su interior: “Es bueno
conservar un poco de misterio, porque si algo aparece demasiado
simple, deja de ser válido y la gente piensa que es un
fraude”, se excusó. Belolahvek dio este argumento sin
sonrojarse y, acaso abrumado por las preguntas, añadió
un ejemplo desconcertante: “A usted no le interesa saber cómo
funciona un reproductor de discos compactos. Le interesa usarlo
y que funcione”.
Se da otra curiosa paradoja: para explicar cómo funciona
un artilugio con un aspecto exterior tan simple, el ingeniero
Belolahvek no ahorra farragosas disquisiciones teóricas.
Explica que su invento estaría basado en “la función
probabilística del átomo” y que podría
“disminuir el índice de probabilidad por medio de la
creación de un campo electromagnético continuo
que estabiliza cualquier discontinuidad, como lo es una enfermedad”.
Jura que su sistema ataca a las distintas enfermedades con cierta
información que estaría cifrada en una resina
plástica incorporoada dentro del aparato. A la hora se
detallar las bondades del sistema, Belolahvek no se queda corto:
“En teoría puede curar cualquier enfermedad, pero depende
del paciente”, aseguró.
¿Cómo empezó esta historia? Hace 29 años,
Belolahvek se dedicaba a la reparación y mantenimiento
de equipos industriales de refrigeración, cuando su esposa
enfermó de vesícula y tuvo que ser operada. “Estaba
excedida de peso e hipersensible al dolor” , recuerda. Como
no respondía a los analgésicos, decidió
construir una máquina que mediante el uso de energía
eléctrica pudiera actuar como sedante. Vio que los resultados
eran buenos y así nació el embrión de su
invento. Su interés en la llamada “electroterapia” lo
alentó a seguir investigando. “Lo primero que descubrí
fue que la corriente eléctrica que hacíamos circular
por el cuerpo no era lo importante, sino la información
que portaba”. Si bien reconoce que al principio los resultados
eran “muy pobres”, Belolahvek continuó, sobre todo cuando
creyó descubrir que su aparato lograba desinflamaciones
y resolver problemas circulatorios. Entonces, acaso inspirándose
en un viejo principio homeopático, decidió construir
un equipo que generase una corriente de menor intensidad. “Luego
dejamos de lado el contacto eléctrico directo para crear
un campo electromagnético mediante electrodos de superficie
de un material semiconductor”, prosiguió. Esos cambios,
dijo, lo ayudaron a resolver casos de artrosis. Pero todavía
no alcanzaban para solucionar problemas inmunológicos.
A principios de los ‘80, Belolahvek y sus colaboradores enfocaron
su interés en los fotones, “el combustible del átomo”,
agrega el ingeniero, con una afirmación que demostraba
su ignorancia supina en materia de Física.
Belolahvek dice que al comienzo produjeron un haz de fotones
de baja intensidad. “Si bien blanqueaba (sic) hematomas, era
incapaz de resolver el problema interno”. Usaron el sistema
durante seis meses y registraron como marca Túnel Fotónico,
ya que supuestamente generaba un efecto túnel y emitía
fotones.
Cuando perfeccionaron el equipo, los fotones ya no eran visibles
y la intensidad del campo generado era mucho más débil.
Para Belolahvek, los resultados fueron contundentes. Puso
por caso testigo el de un paciente con cáncer de esófago
que, según el ingeniero, llegó a su consultorio
en un estado tal que no podía tragar alimentos. Tras
una semana de aplicaciones, ya podía comer por sus propios
medios y “en un año, año y medio se controló
la enfermeda”.
BUROCRACIA CUANTICA
El Túnel Fotónico sería una entre tantas
pseudoterapias dudosas que circulan en el mercado “alternativo”
sino fuera porque el ingeniero Carlos Belolahvek presentó
su equipo a las autoridades del Ministerio de Salud encargadas
de aprobar la seguridad y la eficacia de todo instrumental que
pretenda tener propiedades curativas. En noviembre de 1996,
el Area Radiofísica Sanitaria -por entonces dirigida
por el ingeniero Jorge Svarka- permitió las investigaciones
de Belolahvek. En la autorización, que consta en el expediente
32.059.788 con el membrete de ese ministerio, Svarka señala:
“El Sistema Túnel Fotónico no representa riesgos
significativos para el operador ni para el paciente en base
a los conocimientos actuales”. Con todo, el funcionario aclara:
“Esta constancia no avala los resultados clínicos que
se anuncian, siendo estos exclusiva responsabilidad del profesional
médico responsable de su uso”.
En 1996, uno de los autores ya había consultado al ingeniero
Svarka sobre la presunta eficacia de este aparato y le preguntó
si no le preocupaba que su autorización fuera utilizada
con fines distintos de la investigación. No se mostró
alarmado. “El ejercicio ilegal de la medicina -respondió-
corresponde a otra área”. En otras palabras: si hasta
hace poco usted hubiera llevado a Salud Pública una caja
negra acompañada por un manual redactado en una oscura
jerga pseudocientífica, el área del ministerio
competente le hubiera extendido un permiso para experimentar
“a menos que representara un riesgo”. Si el aparato fuera decididamente
inútil y si invocando el permiso oficial usted hubiera
amasado una fortuna prometiendo curas milagrosas, nadie lo hubiera
molestado.
De hecho, Belolahvek debe suponer que este permiso lo autoriza
a difundir un folleto donde anuncia que su aparato cura más
de 60 cuadros clínicos, a abrir un consultorio médico,
a comercializar el aparato a un precio de 35 mil dólares
y a exportarlo a países como México, Brasil y
España. En la entrevista, además, Belolahvek informó
que fue utilizado en cuatro hospitales públicos y que
fue adquirido por al menos cuarenta médicos de todo el
país.
UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Pero el panorama en el Ministerio de Salud cambió sustancialmente
de dos años a esta parte. “Hasta el momento, no hemos
podido probar ni el efecto túnel ni la emisión
de fotones”
aseguró el licenciado Alejandro La Pasta, sucesor de
Svarka en el departamento Equipamiento Médico y Radiofísica
Sanitaria. Ante una pregunta concreta en este sentido, La Pasta
reconoció que no hubiera firmado la aprobación
de haber estado a cargo de esa área en 1996.
La Pasta recuerda que una vez tuvo oportunidad de examinar el
aparato: “Lo único que pude precisar fue que genera una
radiación sonora y un campo electromagnético débil
como el de cualquier circuito electrónico”. Por su parte,
el ingeniero Carlos Parodi, flamante titular de la Dirección
de Tecnología Médica del Ministerio de Salud,
fue tajante: “El sentido común me dice que aquí
hay una irrealidad”.
Ante los datos aportados los autores, Parodi aseguró
que el permiso con que cuenta Belolahvek no lo autoriza a comercializar
sus equipos dentro del país, ni a difundir los presuntos
éxitos de su panacea, ni le permite abrir una clínica
como la que posee junto a las doctoras Diana Piezanek y Rita
María Ana Schaeffer; ni a cobrar el tratamiento, cuyo
costo oscila los 30 pesos por sesión para cada uno de
los mil pacientes mensuales que Belolahvek admitió recibir
en su consultorio del barrio de Belgrano.
Para exportar los aparatos como dispositivo médico, Belolahvek
necesita la aprobación de la Dirección de Tecnología
Médica; y no sólo no la posee, sino que nunca
la pidió. Y de haberla solicitado, no la habría
obtenido sin antes haber sometido a la máquina al protocolo
de Ensayos Clínicos que establece la resolución
909 del Ministerio de Salud, en vigencia desde mediados del
año pasado.
¿PLACEBO O FRAUDE?
El centro médico administrado por Belolhavek recibe pacientes
que han perdido su confianza en las terapias convencionales,
quienes, como se sabe, requieren de una atención exquisita.
“Negarles un placebo sería inhumano”, opinó Parodi.
Por este motivo, el Ministerio de Salud decidió no
suspender los tratamientos mientras obliga someter al aparato
a un ensayo clínico.
Movilizado por nuestra investigación, el ingeniero Parodi
decidió ir personalmente al Complejo Túnel Fotónico.
Luego de pedirle informes que Belolahvek no le pudo dar, el
9 de junio de 1998 le hizo firmar un acta en la que lo comprometió
a someter a su aparato a un conjunto de pruebas que permitirán
confirmar o desestimar su eficacia curativa. En agosto nombró
un veedor externo, un investigador principal responsable y un
comité de ética. Si Belolahvek llegara a poner
trabas, los equipos podrían ser sacados de circulación.
No hay razones para ser optimistas. De la poca predisposición
de Belolahvek a someter al Sistema Túnel Fotónico
a los exámenes destinados a comprobar su eficacia existe
al menos un antecedente. El Ministerio de Salud de Mendoza
vetó su uso en la provincia luego de negarse a entregar
un aparato para efectuar pruebas. Para el doctor
Fernando Saraví,
un biofísico que además es experto en fraudes
médicos, los fundamentos teóricos del Túnel
son “una sarta de palabras difusas para engañar a los
incautos”.
Parodi especificó que, a partir del mes en curso, los
operarios del Túnel Fotónico no podrán
publicitar la máquina curalotodo. También anunció
que el permiso otorgado por Radiofísica Sanitaria caducará
luego del plazo fijado.
La única salida posible ante el dilema ético aquí
planteado se puede colegir de una reflexión del doctor
Alberto Combi, que no sólo contradice el “desliz” administrativo
del hospital, sino también al argumento de las autoridades
del Ministerio de Salud, cuando consideraron “inhumano” postergar
la medida tendiente a poner fuera de circulación a un
“placebo” que se parece mucho a una estafa a la fe pública.
“A lo mejor el aparato en sí no causa daño -dijo
Combi-, pero sí lo hace quien lo aplica, ya que le evita
a la gente optar por un tratamiento de eficacia probada”.
Primera publicación: En revista “Descubrir”
Año 7, N° 84. Buenos Aires, julio de 1998
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