En 1970, Antonio Mercero ganaba un
premio Emmy de televisión por La Cabina, una punzante
y ácida alegoría de la situación de los españoles
en los estertores desarrollistas del franquismo. En su segundo
largometraje como director (ocho años después de
ese extraño western futurista titulado Atolladero),
Oscar Aibar hace un guiño
a aquel programa en una escena de su particular visión
sobre esa misma época, tan claustrofóbica y apocalíptica.
Platillos volantes cuenta la historia del suicidio por
decapitación el 20 de junio de 1972 de José
Félix Rodríguez Montero
y Juan Turu Vallés, dos obreros
textiles residentes en Terrasa convencidos de que quitándose
la vida se unirían a los extraterrestres “en el Centro
Galáctico”.
Este suceso real ocurrió a apenas treinta
kilómetros de la casa donde vivía Aibar de niño,
impresionándolo profundamente. Finalmente, el director
español consiguió exorcizar sus demonios
en una larga pero entretenida película
de 99 minutos, donde consigue reflejar bastante bien el ambiente
de la época, ejemplificado en el paranoico mundillo platillista.
Por tratarse de una película donde el único
platillo volante que sale resulta ser el tapacubos de un Simca,
el tratamiento de los hechos resulta muy intimista, ponderado
y respetuoso. Ciertamente, no se profundiza lo suficiente
en la complicada psicología de los personajes y en las
razones que pudieron llevarles a tan tremenda decisión
(algunos han propuesto ideas más escabrosas). Pero el enfoque
del director ofrece bastantes indicios de la complejidad de la
situación como para que cada cual interprete lo ocurrido
a su gusto. Quizá sea esa la excusa para el inesperado
final, totalmente prescindible según algunos con quienes
coincido, y que ofrece a los encargados de efectos digitales la
única ocasión de lucirse. También merece
destacarse la labor de los documentalistas, rescatando piezas
únicas como “el nodo” que abre la película, o la
canción de “Los Pasos” con que finaliza.
EL DRAMA: BIEN LLEVADO Y SIN GOLPES BAJOS
Jordí Vilches resulta ser
un verdadero hallazgo del director. Su interpretación del
personaje de Juan, el más joven de ambos protagonistas,
retrata muy bien la fascinación que la astronáutica
y el fenómeno OVNI nos ofrecía a los jóvenes
de entonces: yo mismo me inicié en ufología
apenas un par de años después, y recuerdo que también
una de mis primeras experiencias fue asistir a una regresión
hipnótica donde el supuesto testigo visitaba astralmente
una base extraterrestre, en esta ocasión bajo las aguas
del cercano mar Mediterráneo. Ángel
de Andrés (José), por su parte, sabe reflejar
muy bien las contradicciones de su místico personaje, que
tan pronto intenta mantenerse puro e inmaculado para favorecer
su inevitable mutación kósmica, como se
zampa un buen bocata de chorizo. Especialmente oportuna resulta
la breve intervención de Leo Bass
como el “profesor Karma”, una especie de amalgama entre Eugenio
Siragusa y el catalán profesor Lester, dedicado
a conducir viajes astrales mediante hipnosis ante a la atónita
audiencia presente en el “Centro de Estudios Intergalácticos”,
referencia apenas disimulada al CEI
barcelonés, entidad decana de la investigación ufológica
hispánica.
Que la primera película española
centrada en torno al fenómeno OVNI (aunque sea en un aspecto
tan puntual y macabro como el suicidio de dos creyentes en la
vía de un tren) haya evitado caer en el sensacionalismo
y en el mercantilismo alienígena ubicuo en la actualidad,
es todo un mérito, aunque probablemente le restará
éxito comercial. También resulta recomendable por
la relación (muy poco explorada por los estudiosos del
fenómeno) que establece entre el mesianismo platillista
y los movimientos utópicos y comunistas.
DE ANACRONISMOS [PERLAS PARA ESPECIALISTAS]
Toda la película está envuelta en un cierto anacronismo,
como cuando aparece en pantalla el libro “OVNIs y agujeros negros”
de Márius Lleget, publicado
en septiembre de 1981, nueve años después de los
hechos que se narran. Se trata de un claro y merecido
homenaje a este ufólogo catalán (identificado
en el film con el apellido Poyet), cuya honestidad le llevó
a renegar de ese mundillo al sentirse en cierta medida responsable
del suicidio, pues fue el eegidp por aquellos dos terrasenses
como su portavoz, remitiéndole sendas cartas póstumas
(una personal y otra para la ONU) donde explicaban los motivos
de su dramática decisión.
Hay un anacronismo mayor, que supone una
molesta distorsión de la realidad de la época.
Aunque es cierto que ya desde mediados de los años 50 existían
en España asociaciones de “Amigos del Espacio”, y a principio
de los 70 el affair Ummo estaba en plena efervescencia,
el contactismo mesiánico todavía no había
hecho acto de presencia en nuestro país. El director (o
sus asesores especializados como Iker Jiménez)
han combinado rasgos de la “Fraternidad Cósmica” del italiano
Siragusa (a quien gustaba de exhibirse enfundado en un mono blanco
a modo de uniforme) con otros del movimiento RAMA (como los mensajes
por “escritura automática” y los extraterrestres procedentes
de Ganímedes). Sin embargo, ninguno de estos movimientos
estaba implantado en España en fecha tan temprana: recién
lo harían con fuerza a partir de 1974, gracias
especialmente en el caso de los segundos, a la impagable labor
del periodista J.J. Benítez.
De hecho, el caso de José Félix Rodríguez
y Joan Turú Vallès (verdaderos nombres de nuestros
protagonistas), ostentaría el dudoso honor de tratarse
del primer suicidio platillista de la historia, predecesor
de tragedias posteriores del mismo cariz como las de la secta
californiana “Heaven’s Gate” (“Puerta del Cielo”). Algunos especialistas
quizá argumenten un suceso similar ocurrido en
1966 en Morro do Vintem (Brasil), donde dos técnicos
en electrónica se habrían aparentemente suicidado
con veneno, al colocarse sobre el rostro unas extrañas
máscaras de plomo. Varios ufólogos (en el caso español,
Antonio Ribera, que comentaría
el suceso en su libro de 1968 “Platillos volantes en Iberoamérica
y España”) relacionaron inmediatamente lo ocurrido con
algún intento de comunicación con seres extraterrestres.
Pocos saben, empero, que el misterio se aclaró
en 1969 cuando un delincuente confesó que varios asaltantes
obligaron a las víctimas a tomar veneno para robarles
los seis millones de cruzeiros con que acudieron a una cita.
Otro molesto anacronismo, quizá en un intento
por subirse al carro de los modernos “círculos
de cereal” es la descripción que se hace del
caso de un posible aterrizaje OVNI en Matadepera. El avistamiento
tuvo lugar en enero de 1969, quizá demasiado pronto como
para jugar el papel de nexo de unión entre ambos protagonistas
que se pretende en la película y las huellas localizadas
sobre el terreno no fueron tres círculos quemados, sino
cuatro líneas paralelas en dos grupos, con el aspecto de
madrigueras de topos, excepto por su escaso diámetro (apenas
3 cms) y orientadas en la dirección en que se alejó
el objeto. Por lo demás, la forma del “aparato” era ciertamente
peculiar. Nada de un platillo volante, lo más parecido
a lo que podríamos asemejarlo era ¡a una porra medieval!
Tampoco el único testigo era un atribulado pagés,
sino una ágil y despierta anciana de 80 años. El
caso causó cierta sensación en la época,
pues junto con el caso de Morón de la Frontera en mayo
de 1970, fue utilizado por muchos para respaldar la realidad material
de los OVNIs, en base a las extrañas huellas que dejaban
tras de sí. El caso de Morón (sin visión
de OVNI) quedaría explicado años después
como debido a los efectos de la caída de un rayo,
y aunque el de Matadepera permanece inexplicado, la relación
de las huellas con el supuesto OVNI (visto solamente en vuelo)
quizá sólo fue fruto del entusiasmo de los investigadores.
El caso fue estudiado por el CEI (se desconoce si alguno de nuestros
protagonistas estuvo en el lugar) apareciendo publicado en el
número 8 de su boletín ufológico, Stendek.
(A propósito: la portada a todo color de Stendek,
que puede vislumbrarse en una de las escenas del film, es todo
un montaje. Como mínimo, sería otro anacronismo,
pues las portadas en color sólo aparecieron con posterioridad
una revisión de los 46 números publicados me permitió
confirmar que no corresponde a ninguno de ellos.)
Para acabar, comentaré una de las
mejores escenas de la película. Efectivamente,
la noche del domingo anterior al drama, TVE había ofrecido
en su programa “Estrenos TV”, una película de ciencia ficción.
Pero José nunca habría hablado con Klaatu, el de
“Ultimatúm a la Tierra” [N. del E: film también
conocido como “El día que paralizaron la Tierra”, 1950],
sino en todo caso con Lloyd Bridges.
En esa ocasión, en realidad, se emitió “Hombres
de otros mundos” ("The Love War"), un telefilm de 1970
interpretado por Bridges y Angie Dickinson.
La trama es curiosa: seis alienígenas procedentes de dos
planetas en guerra llegan a la Tierra para enfrentarse en un duelo
que determine el planeta victorioso. Cuatro resultan eliminados.
Uno de los sobrevivientes (Bridges) opta por intentar detener
la lucha y quedarse en nuestro planeta mezclándose con
los nativos, tras enamorarse de una humana (Dickinson). Le promete
que se casarán tan pronto como él consiga detener
al otro superviviente, cuya llegada es inminente.
La revelación sobre la verdadera identidad
de su novia no sorprenderá a ningún aficionado al
tema.
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ENLACES EXTERNOS
Platillos Volantes
Sitio Oficial
Centro de Estudios Interplanetarios
(CEI)
Stendek
Fundación Anomalía
'Entre ufólogos,
creyentes y contactados. Una historia social de los ovnis en España'
(1993)
Juan José
Benítez Página Personal
Iker Jiménez
Página Personal
Magonia
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