Pocos antes de que cayeran las bombas del final de la II
Guerra Mundial, cambio de apellido mediante, Keel acabó atrapado
por aquellos acontecimientos celestes que, al cabo de un par de años,
habrían de transformarse en una euforia de alcance mundial.
En 1952 produjo un programa radial llamado Things in the Sky (Cosas
en el Cielo). El siguiente año viajó a Egipto, pasó
una noche dentro de la Gran Pirámide de Gizeh y transmitió
sus vivencias, en directo, para la radio norteamericana. Entusiasmado,
emprendió una gira que lo iba a llevar del Nilo al Ganges. Luego
visitó el Tibet, donde participó de una cacería científica
para dar con el legendario yeti. En Jadoo, que se publicó
cuando no había cumplido 27 años, Keel contó cómo
llegaron a distinguir a su peluda silueta en fuga. El Hombre de
las Nieves se nos escapó entre los dedos, escribiría.
DE LLENO EN LA UFOLOGÍA A comienzos de los años 60
ingresó a la Aerial Phenomena Research Organization (APRO), consagrándose
a los OVNIs a tiempo completo. Durante el bienio 1964-65 una colosal oleada
de noticias sobre OVNIs se abatió sobre los Estados Unidos. Keel,
contagiado por el clima de invasión, se convenció de que
la saga platillista no podía ser otra cosa que naves del espacio
exterior. Por entonces, para él, sólo bastaba con reunir
de una vez por todas las pruebas que avalalaran la hipótesis interplanetaria.
Pero a medida que sus investigaciones progresaban, el número de
interrogantes crecía y el panorama de lo inexplicado, antes
que simplificarse, se ampliaba cada vez más, alejándolo
de sus impresiones iniciales. Pronto intuyó que el de los OVNI
era parte de un mosaico de enigmas añadido a un multifacético
arco iris plurifenoménico: evidencias de extraños monstruos
rechazados por la zoología, apariciones folklóricas y religiosas
cuidadosamente apartadas por sus colegas, cultos esotéricos casi
desconocidos por otros exploradores del misterio, fenómenos como
el Poltergeist y disciplinas malditas como el Espiritismo o la demonología
Para él, todas estas manifestaciones tenían algo en común.
Persuadido de que eran piezas de un rompecabezas esperando un paciente
jugador dispuesto a reunirlas, Keel advirtió la necesidad de alterar
el ángulo de visión para crear un contexto que fuera capaz
de contenerlas.
ALEJÁNDOSE DE ET En su primer intento por ensamblar
una pieza con otra según el filo de la muesca, le pareció
que comenzaba a descorrer el velo de ese cuadro ensombrecedor cuando escribió
"Strange Criatures from Time and Space" (1969) [El enigma de
las extrañas criaturas, Ed. ATE, Barcelona, 1981]. Poco después
se editó "Operation Trojan Horse" (1970) [Operación
Caballo de Troya], su segunda obra, sólo bien recibida por quienes
habían comenzado a desprenderse de los pesados atavismos culturales
impuestos por más de 20 años de una ufología cegada
por la Hipótesis Extraterrestre.
Al mismo tiempo que
Jacques Vallée, Keel vislumbró el estrecho vínculo
semántico que unía a las historias de platillos volantes
con relatos del folklore universal. Así se explica, por ejemplo,
"The Mothman Prophecies" (Las Profecías del Hombre Polilla,
1975), libro insoportable si los hay para todo buen creyente en los hermanos
del espacio pero... también indigerible para la raciononalidad
(a menos que la racionalidad siga la lógica circular de la paranoia).
Sin temor a que sus reflexiones provocaran el rechazo de los científicos
recién llegados al dossier platillista, hizo pública
la sospecha según la cual desde tiempos inmemoriales la raza
humana está siendo manipulada por un fenómeno que coexiste
aunque en un plano diferente con nuestro planeta.
Simultáneamente, bajo el seudónimo Edward Callenger, Keel
dirigió Anomaly, una revista dedicada a misterios de la
ciencia. Más tarde se hizo cargo de la edición de Pursuit,
publicada por la forteana Society for the Investigation of the Unexplained
(S.I.T.U.) que había fundado su amigo Ivan
T. Sanderson. En 1977 siguió bosquejando su cosmovisión
con "The Eighth Tower", donde apostó a la naturaleza
esencialmente electromagnética del fenómeno que opera detrás
de las manifestaciones perceptibles de aquella segunda realidad, que
se moverían entre nosotros como anguilas luminosas, pero bañadas
con las aguas de otra dimensión.
¿CREADOR DE UNA NUEVA FRONTERA? Cuando Keel
introdujo el concepto de parafísica para resumir el temperamento
de sus teorías, provocó un enérgico temblor en el
apacible mundillo de los ufólogos. Desde ese entonces, las ideas
que reflejó en sus obras revitalizaron la aspereza que necesariamente
debía condimentar todo debate cosmo-psicológico centrado
en el OVNI, logrando hacer trascender las posibilidades intelectuales
de la (indisciplinada) disciplina ufológica, llevándola
más allá de sus fronteras clásicas.
Como todos los escritores de su estilo, y a la manera de Charles
Fort, John Keel se convirtió en uno de esos aventureros-intelectuales
que hicieron escuela. El maestro de una generación que valoró
sus enseñanzas como fuera un brujo moderno, un chamán neoyorquinizado.
Otros le recriminaron, quizá con justicia, pero sin ninguna
compasión, haber actuado con poco espíritu crítico
al seleccionar la casuística de la que se sirvió para
sus especulaciones posteriores. Sin embargo, los alumnos rebeldes deberán
admitir que la parafísica keeliniana emergía justo
cuando predominaban los enfoques más superficiales en torno a las
noticias ufológicas y un áura gris revestía la literatura
del momento: cuando todos bebían de las mismas fuentes, analizaban
las cosas que se veían en el cielo con el mismo prisma y encontraban
extraterrestres hasta en la sopa, Keel hacía un alto en el camino.
Las creencias y las especulaciones populares se basan en informes
prejuiciados, en interpretaciones erróneas y en la incapacidad
de ver más allá de los límites de cualquier marco
de referencia, advertía.
A muchos les cuesta convencerse de que la pararrealidad expuesta
por Keel en su obra descansa sobre cimientos firmes. Tienen razón:
pocos espíritus críticos aceptarán deambular a través
de su espantosa galería de monstruos ultradimensionales. Tal
vez Keel lo hizo porque aceptó correr el riesgo. Tal vez hizo una
lectura atropellada de la realidad-real y distorsionó los hechos
siguiendo a su modo el modelo realista fantástico que impuso Planeta
en los 60. Quizá supo que era el precio que debía
pagar para echar su mensaje en la ranura del pensamiento ajeno.
Las amigos acostumbrados a recorrer ciertos laberintos de la mente tal
vez suscriban que zambullirse en los ensayos de Keel durante una noche
de invierno implica recrear una magia digna de su legado: los fantasmas
apocalípticos que sacuden las sábanas en la noche hablan
de mundos que emprenden la fuga cada vez que alguien pretende espiarlos
a través de la mirilla de la razón. ¿Qué ve
un keeliniano a través de ella? Quizás, un universo espantosamente
parecido a esas sombras que se burlan del mundo real, asustándonos
durante el sueño. Esas sombras que algunos llaman pesadillas.
Buenos Aires, agosto de 1986
Por Alejandro Agostinelli. Este texto es parte del Proyecto
Enciclopedia
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