“El Señor de los Anillos.” Así
le llaman. Se ganó este simpático apodo cuando sus
apariciones mediáticas llamaron la atención sobre
el enigma de los círculos de cereal, esas extrañas
huellas que brotan en los campos ingleses ahora famosos gracias
al film Señales
(M
N. Shyamalan, 2002). Pero antes de ser ungido sumo sacerdote
en la especialidad, Colin
Andrews -pues de él se trata- ya era conocido
en Inglaterra por su doble condición de Ingeniero eléctrico
y ufólogo. Si entre sus libros hay que mencionar a su obra
cumbre, ésta es “Testimonios Circulares”, escrita en colaboración
con Pat
Delgado. Un capítulo de este best-seller instantáneo,
que seguramente será reeditado a propósito del film
de M Night Shyamalan, contiene una de las historias más
increíbles jamás contadas sobre los cerealogramas.
La acción refleja un clima tan verídico como apasionante:
el relato de una supuesta conspiración a cargo de criaturas
fantasmales, un hogar cual templo tecno de un paranoico, una mujer
abandonada por la afición excéntrica de su marido
y un touch de traición. Sin embargo, esta trama
irresistible nunca ha inspirado no digamos ya una película,
sino siquiera un cortometraje. Todo lo contrario, la historia que
conocerá ya mismo sólo fue celebrada con el ceño
adusto de los cerealólogos y acaso despertó algunas
risitas cínicas de los escépticos militantes, cuando
no fue lisa y llanamente ignorado.
Para Andrews, en cambio, fue uno de los episodios más
aterradores de su vida.
Esta historia empieza así:
En 1986, Delgado contactó a Derrick Godard, un ingeniero
mecánico rural que había tropezado, en setiembre del
mismo año, con uno de estos extraordinarios “diseños
inteligentes” en Wantage, Oxfordshire, cerca de la autopista B4507.
Presuroso, Andrews visitó el campo. Allí se encontró
con un anillo con 6,1 metros de radio consistente en plantas arremolinadas
en el sentido de las agujas del reloj apretujadas contra el suelo.
Nadie había visto nada. Nada sabía nada. El Misterio
era esa huella y su silencio. La zona aplastada medía
un promedio de 16 metros de diámetro, ya que el círculo
central estaba rodeado por un anillo parecido a Saturno de 1,1 metro
de ancho. Lo realmente increíble sucedió después...
"SEÑALES"... DE ALARMA
Después sucedieron otras cosas. “Demasiadas cosas como
para relatarlas a todas”, redondea Andrews. Lo más
sorprendente no sucedió en el sitio donde se halló
el extraño signo sino... ¡en su propia casa! Dejamos
al lector con Andrews y su relato: “Cuando volví a casa
[de estudiar el círculo de Wantage, Oxfordshire], coloqué
una muestra de la tierra que saqué del agujero en un laboratorio
especialmente preparado para esta investigación. El cuarto
tenía un sistema muy complejo de alarmas contra robos,
como también lo tienen la casa y el perímetro de
la propiedad. Cerré con llave la puerta y conecté
la alarma. Unos minutos más tarde, un detector infrarrojo
percibió un movimiento dentro del laboratorio y activó
una de las alarmas. No me pareció importante, puesto
que diseño sistemas de alarmas y conozco sus fallos, aunque
tampoco pude encontrar el motivo.”
Andrews infiere que "hubo un movimiento" porque confía
en el detector infrarrojo, no por otro motivo. Además,
reconoce que la alarma puede fallar. Pero no se tranquilice:
lo peor aún está por suceder. “A las 4,15 h
de la mañana siguiente sonó otra alarma.
Esta vez, el sistema que protegía el perímetro.
Encontré un reloj, conectado a la red eléctrica,
parado a las 4,15 h y descompuesto. Tampoco encontré ninguna
razón que lo justificara, pero, al día siguiente,
el reloj funcionaba de nuevo. Varias noches depués, dejó
de funcionar a las 4,15 h y la alarma del laboratorio, que está
separada del sistema del perímetro, también sonó,
y se había activado a las 4,15 h. Mi esposa vigilaba
la puerta lateral de la casa mientras yo iba a ver qué
sucedía. Un detector de microondas había sido activado
y el reloj de pared que trabajaba con pilas, se había detenido
a las 4,15 hs.
UNA ESPOSA QUE DA CONSEJOS...
“Dado que continuaron ocurriendo cosas extrañas alrededor
de la casa durante las siguientes semanas, mi esposa me sugirió
que suspendiera mi trabajo de investigación. No está
interesada en lo paranormal ni en la periferia de la ciencia,
pero incluso ella pensó que detrás de estos acontecimientos
podría haber una conexión entre alguna entidad y
los misteriosos círculos.” (“Testimonios Circulares”,
página 44).
Andrews consideró oportuno mencionar su extraña
odisea doméstica en su libro ya que los hechos -concluyó-
“eran paranormales”. Pero no lo hizo sin pedir opinión
sobre esta “extraordiaria serie de acontecimientos” a Helen
Tenant, de la British Psychical Research Society y
Archie Roy, de la Universidad de Glasgow. Ambos estuvieron
de acuerdo en que al caso “no se le puede encontrar ninguna explicación
racional”.
Supongamos que no existen motivos para dudar de la buena fe de
Andrews ni el de sus asesores: si suponemos lo contrario, esta
historia podría acabar aquí mismo. Lo que
llama la atención es que en su libro no omite detalles,
incluso cuando estos pueden poner al descubierto una cierta, por
no decir prístina ingenuidad. Si decidimos que tampoco
existen razones para poner en duda el talento de Andrews para
diseñar sistemas de alarma (algo pendiente de corroboración),
podríamos descartar la meticulosidad con que debió
verificar la naturaleza (para él extraña) de los
sucesos.
Sin embargo, si unimos la obsesión del ingeniero inglés
por la seguridad (describe a su casa, una suerte de jaula
cercada con dispositivos de alarma, casi como si fuera un refugio
de las Milicias de Montana...), con su ostensible predisposición
para establecer conexiones causales, incluso cuando a todas
luces parece forzado hacerlas, podríamos atar cabos
sobre dos hechos que pudieron contribuir a que, por lo menos,
el protagonista llegara a conclusiones precipitadas.
.... MÁS QUE ESPOSA ES UN RIVAL
No vamos a decir que después de la confesión de
Doug Bower y Dave Chorley todo lo que se diga después
es vano. Tampoco, que entre los experimentadores hubo muchos ufólogos,
como cuando Mike
J. se disfrazó de vórtice plasmático,
o que, de vez en cuando, periodistas, como Sam
Taylor, del Daily Mail, deciden poner
a prueba la credulidad de los cerearólogos con
una nueva broma.
Frente a este caso puntual, se podrían elegir dos hipótesis
alternativas a la paranormal para tratar de comprender (decir
“explicar” sería aventurado) cómo pudieron suceder
los hechos. Una hipótesis, que es tanto la más
sencilla como la más fácil de verificar (si
alguien se tomara el trabajo de hacerlo, claro): Andrews estableció
falsas relaciones de causa y efecto (los dispositivos no funcionaron
tan bien como él creía, comenzó a reparar
en los fallos desde el día que llevó las muestras,
‘organizó’ mentalmente los fallos en una secuencia significativa
sólo después, cuando empezó a reconstruir
la historia en su memoria) y/o su propia esposa fue quien -eventualmente-
activó las alarmas y/o detuvo los relojes.
Es que son sus propias declaraciones las que dejan servido
el interrogante: ¿Y si ella misma, acaso harta de la
obstinada vocación de su marido por lo paranormal, no le
dio un “empujoncito” al enigma... para luego sugerir a su marido
que “suspendiera su investigación”? En el mundo mal
pensados no faltan... y convengamos que este no es el lugar más
adecuado donde desatar un conflicto conyugal.
Pero lo que sucede es que hay otra hipótesis menos simple
y, sin duda, bastante más difícil de verificar:
visitantes invisibles, con una exquisita puntualidad inglesa,
se dedicaron a hacer saltar las alarmas en la hipersegura casa
de Andrews todas las madrugadas, exactamente a las 4,15 hs.
Una posibilidad inquietante, pero algo forzada considerando la
calidad de las pruebas. Porque, a fuer de sinceros, cabe reconocer
que, si las muestras de tierra mostraban algo que los mortales
merecíamos ignorar, esa porfiada verdad permanece oculta:
en su, sin embargo, bellamente ilustrado libro, sus autores no
mencionan si los resultados de aquella investigación confirmaron
la singularidad del círculo de Wantage.
Demasiadas cosas en el tintero para considerar a los estudios
de “El Señor de los Anillos” algo más que el pasatiempo
de un tragalotodo muy dedicado a cazar alienígenas... y
poco atento -quizá- a una esposa que ya no sabe qué
demonios hacer para llamar su atención. Porque -a pesar
de todo- Colin no se dará cuenta que esa tarde su
esposa estuvo en la peluquería, que al irse a la cama a
ella no le dolerá la cabeza y que -menos que
menos- querrá escuchar por enésima vez los detalles
de su última ronda circular...
BIBLIOGRAFÍA
Edición Consultada: Andrews, Colin y Delgado, Pat; “Testimonios
circulares”, Tikal Ediciones (Madrid, 1994).
Edición Original: “Circular Evidence”, Bloomsbury Publishing
Ltd, 1989.
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