Una noche sin luna de julio de 1990 me encontré en medio
de un pastizal de Wiltshire con una cuerda, un tablón y...
bueno, seguro que adivinan el resto. No volví a pensar
en lo sucedido hasta julio de 1991 cuando, para mi asombro, descubrí
que nuestro círculo había sido fotografiado, investigado,
analizado (incluso con varillas de zahorí) y reproducido
de libros ilustrados de gran formato y papel couché
o en camisetas de diseño.
Un año después, en julio de 1992, me fue completamente
imposible demostrar que yo había estado involucrado en
la creación del círculo. De hecho, mis limitados
intentos por hacerlo han acabado con amenazas de estar siendo
vigilado por el MI5 y enfrentado a la acusación de que
estaba mintiendo, pretendiendo haber falsificado un círculo
que todo el mundo reconocía como genuino.
ASÍ EMPEZÓ LA HISTORIA
Verano de 1990. Círculos y rumores de círculos,
Operación Mirlo: equipo de observación por valor
de un millón de libras esterlinas dispuesto en la cima
de la colina del Caballo Blanco (White Horse Hill). Durante el
día, montones de curiosos atraídos por los incesantes
y sensacionalistas relatos de la prensa y la televisión,
granjeros impidiendo la entrada a sus campos o cobrando por ello,
investigadores autoproclamados como "serios" tratando
de mantener su dignidad en medio de aquel acertijo... Por la noche,
las estrechas carreteras rurales de Wiltshire inundadas de vehículos
sospechosos, camionetas sin matrícula y con los faros apagados
recorriendo polvorientos caminos de ganado para espiar, perseguirse
unas a otras, y vigilar a los vigilantes.
Mi amigo Siegfried (*) paseaba por un sendero entre Avebury y
la colina del Caballo Blanco cuando se tropezó con el grupo
de la Operación Mirlo investigando un círculo en
un pastizal situado al pie de ésta, rodeado por una pequeña
multitud de curiosos expectantes. Era la primera marca de esta
clase que había visto en su vida, y la inspeccionó
con detalle. No le impresionó en lo más mínimo.
Al aplastar casualmente algunos tallos de trigo con el borde de
su bota se dio cuenta de que podía reproducir el aspecto
del círculo mayor con mucha fidelidad. Así se
lo indicó a uno de los científicos, al que más
tarde reconocería como Pat
Delgado.
Pero Delgado le explicó que el efecto
era completamente diferente y que, en cualquier caso, resultaba
imposible llegar al centro del campo sembrado sin dejar huellas.
Siegfried repuso que las filas de trigo se siembran con una separación
de casi diez centímetros y que el terreno está
lo suficientemente seco como para no recoger ninguna posible pisada.
Perdiendo la paciencia, Delgado le dijo que ya habían hecho
cálculos llegando a la conclusión de que se necesitaba
todo un destacamento de soldados trabajando toda la noche para
reproducir un círculo de ese tamaño y que, en
tal caso, sus vehículos y faros llamarían la atención
al momento.
EL ORIGEN DE LA IDEA
Siegfried me llamó por teléfono. Estaba seguro
de que bastaban tres de nosotros para hacer un círculo
al menos tan bueno como el que había visto. ¿Estaba
dispuesto a ayudarle a comprobar su teoría? Claro, le dije,
estábamos en pleno verano, y cualquier excusa para pasar
la noche fuera de Londres era bienvenida. Llamé a mis
amigos Simon (*) y Alice (*) y nos citamos para una noche de la
semana siguiente.
El día anterior al que habíamos acordado para realizar
el experimento, me llama Alice. Ya no hacía falta. Todo
el asunto había explotado. ¿No había
visto las noticias? Era la mañana en que ese burdo montaje
fue revelado por televisión a la hora del desayuno, Colin
Andrews y Delgado pegando saltos delante de las cámaras,
felicitándose por haber capturado un fenómeno
genuino, sólo para encontrar un barullo de tallos quebrados
y una tabla ouija en el centro. Los medios de comunicación,
que habían seguido de lejos toda esa locura de los círculos
en los campos de cereales hasta su repentina efervescencia, se
erigían en triunfadores. Todo el montaje salía a
la luz. Los científicos quedaban en ridículo.
Llamé a Siegfried, quién reaccionó mal ante
las noticias, pero yo le sugerí que siguiésemos
adelante. ¿A quién le importa la ingenuidad de los
"expertos"? Lo que nosotros queríamos comprobar,
por nosotros mismos, era si los círculos podían
ser de origen humano o no.
MANOS A LA OBRA
A la noche siguiente, tomamos por la [carretera] M4. Siegfried
iba armado con un tablón de 1,20 metros, al que le había
hecho un agujero en el centro por el que había pasado una
gruesa maroma, y un diagrama del círculo que pretendíamos
realizar. Le habíamos dado muchas vueltas: algo un poco
más sofisticado que un simple anillo, pero no tan complicado
como para despertar sospechas por su elaboración. También
tenía un significado, un valor simbólico muy
particular que nos preguntábamos si alguien sería
capaz de reconocer. (En toda la interminable disección,
análisis y re-análisis del círculo que tendría
lugar en los meses siguientes, nadie se preguntó nunca
lo que ese símbolo podría significar, y menos aún,
llegó a descifrarlo).
Sabíamos que el valle del Caballo Blanco estaba bajo una
intensa vigilancia paranormal, así que decidimos pasar
al otro lado de las colinas, a través de Devizes, para
buscar un lugar menos vigilado. Viajábamos al azar, buscando
un campo apropiado. Finalmente lo encontramos, en la falda de
una colina por encima de una carretera vecinal y con un sendero
polvoriento que nos permitía acceder al mismo, mientras
unos altos setos ayudaban a ocultar nuestro automóvil
durante nuestros esfuerzos. Nos retiramos al bar más
cercano y esperamos a que cayese la noche.
Dieron casi las once antes de que la claridad tras la puesta del
sol veraniego diese paso a la oscuridad y pudimos estacionar (aparcar)
nuestro coche a un lado del sendero para adentrarnos en el campo
sembrado. Alice esperaba en el coche, para vigilar el posible
tráfico. Siegfried, Simon y yo caminamos siguiendo con
facilidad las marcas dejadas por el tractor de siembra y apartando
con cuidado las plantas de trigo que nos llegaban a la cadera.
Lógicamente, quebramos algunos tallos, pero en la oscuridad
resultaba imposible decir cuántos. Siegfried puso el tablón
en el suelo y aplanó un círculo haciéndolo
girar sobre sí mismo. Yo me coloqué en la zona aplastada
para mantener tensa la cuerda, mientras Simon y él se llevaban
el tablón hasta el extremo de la misma y empezaban a tirar
y empujar para ir formando círculos concéntricos.
Todo ello nos llevó unos veinte minutos.
Estábamos a punto de terminar cuando el ruido de un
motor cortó el silencio de la noche, mientras lo oíamos
subir a trompicones por el sendero situado en los bordes del campo.
Nos tumbamos sobre el trigo aplastado justo cuando el haz de los
faros pasaba sobre nuestras cabezas. El sonido del motor pasó
de largo, a unos diez metros de distancia. Era una motocicleta.
Estábamos seguros de que nos había visto, pero luego
Alice nos explicaría que el conductor se centró
en nuestro coche, mientras ella se ocultaba tras el asiento trasero.
A los pocos minutos, la motocicleta se alejó y pudimos
terminar el trabajo. Pongamos que serían unos treinta o
cuarenta minutos en total. Para que luego calculen toda una
noche de trabajo para un destacamento al completo...
Cuando volvimos a la carretera principal, echamos una mirada al
lugar y descubrimos que el campo presentaba una casi imperceptible
ondulación que hacía que nuestro círculo,
tuviese el aspecto que tuviese a la luz del día, resultase
invisible desde la carretera, en contra de lo planeado. No nos
importó. Nunca pretendimos engañar a nadie: debía
haber docenas de tallos pisoteados y las inconfundibles marcas
de los tacones de mis botas en el centro del círculo.
El punto principal había sido establecer a nuestra propia
satisfacción que un círculo realizado por manos
humanas era una tarea relativamente sencilla y, como nadie
necesita muchas excusas para pasar una agradable noche de verano
en el campo, matamos dos pájaros de un tiro, disfrutando
de una interesante velada. Y eso fue lo último que cualquiera
de nosotros pensó sobre el asunto, al menos durante un
año.
NUESTRA SEÑAL EN... ¡UNA CAMISETA!
Al verano siguiente, por casualidad, Siegfried y yo estábamos
trabajando en una película en Namibia, compartiendo una
frágil choza en cierta residencia casi en ruinas de la
Costa de los Esqueletos, y conduciendo diariamente hacia el interior
desértico. Un día, llegó un paquete enviado
por mi hermana Ana (*), con algunos recortes de prensa y revistas
para mantener nuestro contacto con el mundo real... y una camiseta
con el logotipo de un círculo en la hierba en el pecho.
Era nuestro círculo en el cereal.
Nunca le había contado a Ana cómo era el círculo
que habíamos hecho, y la coincidencia parecía
muy improbable; mi primera reacción es que debía
tratarse de algún otro círculo famoso con un
diseño similar. Pero Siegfried insistía en que
era el nuestro, hasta el último detalle. Puesto que él
no tenía previsto volver a Inglaterra, le regalé
la camiseta, y ambos nos olvidamos de este detalle de sincronicidad
atrapados por el trabajo agotador que supone filmar un documental.
Al volver a Inglaterra, me encontré en las librerías
toda una colección de libros sobre los círculos
de cereal, demostración evidente de que el hecho de que
el fenómeno hubiese sido "explicado" no había
disminuido en lo más mínimo el interés del
público por el tema, y sólo había conseguido
aumentar el celo de la legión de "creyentes".
Entre todos ellos uno, "Crop
Circles: The Latest Evidence", de Colin Andrews y Pat
Delgado, mostraba nuestro círculo a todo color en la portada.
Mi reacción inicial fue pensar que me había equivocado.
Seguro que se trataba de otro círculo. Habíamos
hecho el nuestro hace mucho tiempo y ni siquiera pudimos verlo
terminado. Además, no era visible desde la carretera, y
cualquiera que lo analizase de cerca se daría cuenta que
se trataba de un intento de aficionados probando por vez primera.
¿O no?
Pero, efectivamente, se trataba de nuestro círculo.
Había sido descubierto durante la Operación Mirlo.
A una milla y media de Devizes. Se llegaba a él por un
sendero polvoriento que salía desde una carretera comarcal.
Los tallos habían quedado aplastados hacia el exterior.
Idéntico en todos sus detalles: aparte de todo lo demás,
en el centro del círculo más pequeño era
perfectamente visible el trozo de suelo al descubierto por nuestras
pisadas. Y ahora, incluso tenía un nombre oficial:
la formación Etchilhampton.
La incredulidad se transformó en regocijo conforme avanzaba
por el relato sobre el descubrimiento y su validación.
Aparentemente, había sido descubierto desde un helicóptero
del ejército, y luego fotografiado por un equipo de
vigilancia de la BBC. Había sido analizado en profundidad
y mostraba "cierta variación electróstatica
en una de las zonas de hierba aplastada" (1). Uno de los
científicos, mientras se inclinaba para tomar una muestra
en el anillo central, había escuchado un ruido fuerte y
repentino. "Más tarde nos explicaría que su
experiencia técnica le había permitido estimar la
desaforada potencia energética necesaria para tal efecto.
'Simplemente, lo sabes', aseguró" (2).
Pues bien, yo me uní a las legiones de cerealológos
adquiriendo un ejemplar del libro. Se lo comenté a unos
pocos amigos y nos reímos un rato, pero la vida sigue y
pronto me olvidé del asunto.
DIFERENCIAS ENTRE EXPERIMENTO Y ENGAÑO
Pocos meses más tarde, se lo mencioné a un amigo
cuyo padre resultaba ser un granjero retirado convertido en cerealológo
apasionado. Me pidió que le permitiese contárselo.
Le contesté que sí, que porqué no, pero pidiéndole
que lo mantuviese confidencial. Una semana después volvió,
asegurándome que su padre se moría de ganas por
conocerme y discutir el asunto. Una vez más insistí
en que todo era confidencial, y él me dio su palabra.
El Sr. Egar (*) pasó por mi casa, donde me explicó
su participación en toda una serie de pruebas sobre la
radiactividad del suelo y otros muchos intentos por obtener pruebas
empíricas del fenómeno de los círculos. No
podía entender porqué los "embaucadores"
querían "enturbiar las aguas" tomándose
tanto esfuerzo por complicar las vidas de todo el mundo. Le
expliqué que yo no era un "embaucador". Los "embaucadores"
hacen cosas con la intención específica de engañar
a otras personas. Nuestro interés había sido probarnos
a nosotros mismos que, contrariamente a la opinión de los
"expertos", la construcción de un círculo
por parte de seres humanos resultaba bastante sencilla. Calificar
de "fraudes" los círculos realizados por personas
como nosotros era suponer que los objetivos de todo el mundo giran
en torno a los de los propios científicos. Escarmentado
por mi discurso, el Sr. Egar tuvo la gentileza de adoptar mi terminología.
No obstante, se mostraba muy insistente en hacer pública
mi información. Yo no veía ninguna razón.
Después de todo, tanto él como yo disponíamos
ciertamente de algo muy valioso en un campo donde todos los demás
se dedicaban a adivinar. ¿Por qué no sentarnos sobre
nuestra información privilegiada (que probablemente era
mucho más valiosa para él que para mí) y
emplearla como vara de medida para juzgar las diferentes teorías
y los avances alcanzados? Acabó marchándose, aceptando
con mucha reticencia mantener mis revelaciones en secreto.
UNA HISTORIA... SIN CONTROL
Durante las semanas siguientes, empecé a recibir toda
una serie de cartas solicitando mi autorización para revelar
la historia. Mi respuesta fue insistir en mis reparos iniciales;
además, Siegfried estaba en paradero desconocido, en algún
lugar de Mozambique, y no quería destapar todo el asunto
sin consultarle antes. Finalmente, ¿cómo
iba a probar mi historia? ¿Y qué garantía
existía de que algunos de esos cerealológos tan
comprometidos tuviese el menor interés en creerme?
También recibí algunas llamadas telefónicas
misteriosas, en especial una de un caballero con acento de Europa
del Este que se identificó como Dr. Victorian. Aseguraba
ser un "luchador por la libertad de información"
que estaba investigando ciertos rumores sobre una reunión
secreta entre los Ministerios de Defensa, Agricultura, y Medio
Ambiente para debatir la participación de los militares
en una campaña de desinformación sobre los círculos.
Al notar que no revelaba nada al respecto, el Dr. Victorian aseguró
que su teléfono estaba intervenido y colgó. Durante
los días siguientes no pude dejar de fijarme en algunos
extraños chasquidos durante mis conversaciones telefónicas.
Finalmente, recibí una carta del Sr. Egar explicándome
que, aún manteniendo según lo acordado mi anonimato,
no había podido menos que contar mi historia, sin citar
fuentes, a todas las mentes preclaras del movimiento cerealológico.
El resultado había sido desastroso. Según
sus palabras:
"... todos los que han examinado el pictograma
de Etchilhampton han insistido de forma unánime que es
genuino. Todos han señalado lo preciso y poco ondulado
que aparece, en contraste con tus afirmaciones. (Experto nº
1)...difícilmente podía aceptar mi historia (sin
mencionar identidades, no hace falta decirlo), mientras que (experto
nº 2) rechazó de plano tal sugerencia insistiendo
en que estaba convencido de que era genuino. (Experto nº
3) fue otro imposible de convencer de que pudiera haber sido
realizado por manos humanas. En otras palabras, tanto él
como los demás están persuadidos de que yo he
sido el engañado".
El Sr. Egar es una persona honesta y sincera, pero,
evidentemente, yo soy incapaz de restaurar su credibilidad
entre la comunidad cerealológica. Nuestro humilde círculo
había sido recolectado y vuelto a cultivar más de
cuatro veces desde que nosotros lo terminamos. Ni siquiera se
me ocurrió documentar de alguna forma nuestra autoría.
No tenía nada que defender en todo este debate, ningún
interés en desmitificar nada, ni el menor deseo por tomar
partido.
Transcurridos otros cuatro años, el sentimiento más
duradero ha sido el asombro de que un experimento tan casual
y poco elaborado pueda haber generado una controversia tan prolongada
(controversia que, por otro lado, se encuentra ya tan lejos de
mi control que mi propia historia resulta casi irrelevante). Quizá
realmente hubo algo inexplicable en marcha aquel verano de 1990
en los campos de Wiltshire: un fenómeno genuino que consiguió
transformar un grano de misterio en una montaña de complejidad.
(*) Los nombres se han cambiado para proteger a los responsables.
(1) "Crop Circles: The Latest Evidence": Andrews/Delgado
(2) Ibidem.
Primera publicación: http://www.circlemakers.org/vortex.html
Traducción: Luis R. González Manso. Junio 2002.
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