[MILENARISMO]
EL VALLE DEL AMANECER: CIUDAD EN TRANCE
Por Alejandro Agostinelli
Tía Neiva Chaves Zelaya, una profeta con un carisma impresionante, instruyó a los habitantes de El Valle del Amanecer, una ciudadela situada a pocos kilómetros de la capital del Brasil, en una doctrina que es una fascinante síntesis de espiritismo kardecista, umbandismo y ufología religiosa. En 2001, sus devotos, asistidos por una legión de dioses crepusculares, esperaron "un gran ambio”. Para los adeptos de esta religión, los atentados del 11 de setiembre demostraron el cumplimiento parcial de la profecía. Y el grupo sigue creciendo a expensas del Milenio.


Desembarcar en El Valle del Amanecer -caminar por sus calles, conversar con sus habitantes, visitar sus templos, participar de sus ceremonias- es acceder a un desvío sagrado de Brasilia, la imponente capital del Brasil. En la abigarrada doctrina que practican los habitantes de aquella ciudadela irreal se entrecruzan el espiritismo kardecista, perceptibles trazos de la religión africana, un fuerte tono milenarista y una curiosa, casi cosmética presencia de entidades extraterrestres. El pueblo queda a unos 50 kilómetros de Brasilia, cerca de Planaltina, erigido en una zona virgen del Planalto Central. Tiene más de 10 mil habitantes -en su mayoría médiums activos- y un curioso trazado urbanístico: los caminos de tierra -que unen viviendas, negocios, y hasta una comisaría- bordean un complejo parque ritual. Éste es el Templo del Amanecer, un oscuro e imponente edificio semienterrado, inmensas figuras de madera y yeso de colores vivos que representan a Jesús y al Padre Flecha Blanca y un área iniciática a cielo abierto, la Estrella Candente. Y, sobre la colina, un mensaje de nueve letras: “Salve Deus”, también un saludo inseparable del protocolo de la comunidad. No hace falta ser muy perspicaz para advertir que tanto en su organización jerarárquica como en su arquitectura, El Valle simula a Brasilia. El pueblo encantado y la gran ciudad tienen otra cosa en común: ambas se postulan como la mejor respuesta humana posible -urbanística, técnica y religiosa- a una expectativa trascendente.

EL PUEBLO DE LOS ESPÍRITUS
Brasilia, la monumental metrópoli de cemento, surgió de la noche a la mañana sobre un desierto yermo a fin de satisfacer la necesidad de centralizar la administración del Brasil. Es la consagración del llamado “urbanismo racionalista” y la tecnocracia. Constituye una paradoja de primerísimo órden que sea, a la vez, la Meca de centenares de viejos y nuevos movimientos espirituales milenaristas. Desde su fundación, el 21 de abril de 1960, videntes, profetas y líderes religiosos se establecieron en su periferia acatando signos y presagios que, empezando por Don Bosco, la señalaron como “la tierra sagrada destinada a sobrevivir al cataclismo apocalíptico”.
Neiva Chaves Zelaya, más conocida como Tía Neiva, siguiendo una profecía de sus guías espirituales, se establece en la zona en 1959. Primero fijó residencia en Serra do Ouro, municipio de Alexania, en Goiás. Allí, con la ayuda de su maestra espiritual, la medium Dona Nenén, y un puñado de seguidores, fundó la Unión Espiritista Flecha Blanca. Según sus biógrafos, el culto fue inspirado por un “cacique interplanetario” que, en una vida anterior, habría sido Francisco de Asís, encarnado luego en “un valiente nativo que durante la conquista combatió a los españoles con palabras de amor”. Pero todo esto preanunciaba una misión superior. Tía Neiva, una nordestina que asombraba a su círculo de seguidores con sus profecías y sus dones terapéuticos, se sentía convocada a formar una gran comunidad mística. En 1965 conoce a quien sería su pareja, el consejero de la Universidad de Brasilia Mario Sassi. En ese encuentro supieron que sus almas estaban predestinadas. Sassi abandona su trabajo, vida social y familiar, y decide seguir a Tía Neiva, convirtiéndose en el teórico y escriba oficial del grupo. En 1968 comienzan a construir lo que pronto se convertirá en la más extravagante -a ojos de un forastero- ciudadela celestial: El Valle del Amanecer.

LA UTOPÍA INVISIBLE
Lo más sorprendente de la arquitectura de El Valle -que por sus ornamentos kitsch algunos autores describieron como “una réplica bonsai” de Brasilia- no son, como se podría suponer, sus templos al aire libre cohabitando con sus viviendas, la inmensa estrella de David donde celebran parte de sus rituales o la pirámide color canela que preside el lago artificial. Lo realmente asombroso es lo que no se ve. Según sus adeptos, por encima del Valle, a una distancia imposible de estimar, flota una escuadra de naves procedentes de Capela (Capilla en portugués), un lejano planeta adonde viajan los espíritus terrestres desencarnados. Desde aquel territorio extradimensional, según sus creencias, los difuntos custodian la evolución espiritual de cada habitante de la comunidad.
El visitante puede llegar al Valle del Amanecer cualquier día de la semana. Pero la magia los recibe, en todo su esplendor, los domingos, cuando los médiums incorporan al Padre Flecha Blanca, el espíritu del cacique que -desde algún invisible repliegue de la galaxia- dirige los destinos de la comunidad. “Flecha Blanca llegó de otro planeta, luego de varias reencarnaciones -explica Carlos Alberto, mestre a cargo de orientar al recién llegado. “En uno de sus frecuentes contactos con el Pai -sigue Carlos- Tía supo donde debía emplazar la comunidad”.
Es media tarde del domingo y todo está en movimiento. Frente a la sobrecogedora nave del templo, una fila india de hombres y mujeres entonan himnos devocionales en una lengua extraterrestre; fieles en lento peregrinaje asisten a los centros de sanación; otros parecen firmarse autógrafos entre sí mientras, en otro sector, una patrulla de Policías Espirituales sofoca las energías negativas rebeldes que impregnan el Valle.
El pueblo más extraño de América Latina es hospitalario, aunque nada proselitista con el visitante. Cada uno es responsable por su adhesión y a nadie parece quitarle el sueño ganarse la voluntad de los forasteros. Las preguntas se amontonan: ¿Quiénes son? ¿Qué hacen? ¿En qué creen? Ellas, las mujeres del Valle del Amanecer, parecen haber escapado de un cuento de hadas. De hadas intergalácticas. Les llueven tules hasta la cintura, usan cintas cruzadas en el pecho y vestidos de colores vivos con figuras salpicadas de lentejuelas. Enarbolan firme, seriamente una lanza metálica. Los hombres, en cambio, lucen insignias y medallas que corresponden a su grado, camisas negras y largas capas borravino que -acaso por cierto indefinible toque de modernismo medieval- recuerdan a Buck Rogers, Súperman o Logan en su fuga del Siglo XXIII. Y sin embargo no, definitivamente no es una fiesta de disfraces. Todos cumplen su papel en ese carnaval místico: charlando un poco por allí, otro poco por allá, cuando hablan de su fe demuestran conocer a fondo la doctrina que los viste, los aconseja y los cura.

UNA DOCTRINA VIVA
No es fácil explicar quiénes son -qué hacen, de qué viven, en qué creen- los médiums que siguen las enseñanzas de Tía Neiva. Pero El Valle existe alrededor de una religión milenarista consagrada a orientar a los espíritus predestinados a cumplir, en esta encarnación, una misión providencial. Y esa misión depende de una serie de sucesos increíbles que están por ocurrir. “Todo cambiará -anuncia Carlos- cuando se intensifiquen las vibraciones negativas en este plano dimensional”. Declina hablar del calendario apocalíptico que enseña su doctrina. Sólo anticipa un módico presagio: “El mundo, allí fuera, va mal. Y empeorará”.

Para captar el complejo orden sagrado de El Valle hace falta integrarse, inmiscuirse en la médula de su fe: aquí circula un know-how más dinámico que libresco. “Lo importante es lo que nuestros guías nos dicen hoy, no lo que dijeron ayer, sino sería una doctrina fosilizada. Los conocimientos que llegan son ‘filtrados’ entre todos”, prosigue Carlos. Mario Sassi solía decir que “aquí llega la escoria, aquellos que fracasaron afuera y vienen a buscar una nueva oportunidad”. Carlos lo confirma y aclara: “Sí, en el Valle recibimos a los expulsados de la sociedad, a quienes les enseñamos tres cosas básicas: tolerancia, amor y humildad”. Sus valores son encantadores. Pero no alcanzan para explicar el colorido exhibicionismo de esta religión alegre, difusa y ecléctica. Una manera de avanzar puede ser colarse en la marcha de los espíritus.

 

 

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