Yo solía creer en la reencarnación,
pero eso era en una vida anterior.
Paul Krassner
"Si ves el amanecer, decile que no cuente conmigo",
rezaba desde el féretro un morto che parla. Leopoldo,
el triste operador de cine, oye hablar al muerto sin inmutarse.
No es para menos: el asombro es una capacidad que perdió
hace rato. Va de aquí para allá con una planta tan
sensible que cuando siente miedo se echa a temblar, lo que comprueba
abrochándole unos electrodos en sus hojitas. Porque Leo,
sobre todo, tiene algo de parapsicólogo. Sus experimentos
son tan espeluznantes que, cuando en su laboratorio la energía
se le escapa de las manos, las descargas mentales consiguen hacer
vibrar la platería.
Leopoldo cree en cosas inverosímiles. De
hecho, sus creaciones demuestran que lo increíble puede
ser real. Sin embargo, nunca se había planteado la existencia
de la reencarnación. Leopoldo (Darío Grandinetti),
el protagonista de No te mueras sin decirme a dónde
vas (Eliseo Subiela, 1995), es
nada más que un loco manso que deseaba revolucionar el
psicoanálisis. Para eso construyó un recolector
de sueños, instrumento que le permitiría salvar
las distancias de la memoria, la traducción y el lenguaje
que abruman a los exégetas de los sueños del diván.
La fabulosa máquina extinguiría la
magia del submundo onírico, apoderándose del misterio
para poder monitorear y registrar pensamientos. Pero lo que
había inventado era un aparato con el que establecería
contacto con la mujer de sus sueños, o con el espíritu
del amor de su vida eterna. Rachel (Mariana Arias) se había
cristalizado en materia densa para meterlo en un alucinante
carrusell de prodigios paranormales: Leo pronto ve el aura
de la gente, disfruta sensaciones de diarrea afectiva e
incluso levita y asiste a materializaciones como las del Sai
Baba.
Las dudas del personaje en torno a la naturaleza
de su experiencia lo llevan a preguntarse si Rachel no sería
un agente extraterrestre, o si con su artefacto no había
conseguido entrar a otra dimensión, aunque para su amigo
Oscar (Oscar Martínez, una especie de Stephen
Hawking del subdesarrollo) sólo podía tratarse
de la dimensión de los manicomios.
"Yo quisiera saber qué debo hacer con
mi cuerpo mientras no soy espíritu", se le dibujó
en el globo de un sueño al autor de estas líneas
la noche en que asistió al film. El mensaje a lo mejor
era una metáfora relacionada con su sedentarismo o simplemente
era otra vuelta de tuerca de su misticismo científico,
por sólo citar apenas dos del montón de ideas que
puede disparar la película de Subiela. Lo cierto es que
No te mueras... es una desencarnada exhibición
de las creencias más populares de fin de siglo. Sólo
por eso vale la pena verla y preguntarse: ¿Cómo se vive
la ilusión de rememorar vidas remotas en aquellos espacios
donde estas mitologías se funden con la realidad?
VOLVER AL PASADO Los peregrinos del circuito
‘New Age’ porteño cuentan con diferentes alternativas para
retrotraerse a vidas anteriores. La escuela de pensamiento más
difundida es aquella que propone acceder a esas visiones por medio
de la hipnosis regresiva. Este estilo de psicoterapia promete
un viaje hacia las profundidades del alma, el espacio y el tiempo
para soltar anclas en existencias que causaron heridas que perduran
en las actuales.
Bajo los nombres Terapia de Vidas Pasadas, Hipnoterapia
Holística o afluentes de la llamada Psicología Transpersonal,
los profesionales del Karma sumergen a sus fieles en un estado
de ensueño dirigido que muchas veces no logra sino plasmar
el deseo de los buscadores espirituales: seminarios, cursos y
sesiones son frecuentados por interesados a quienes no
es preciso convencer. A esta altura del milenio, la reencarnación
es una creencia plenamente occidentalizada.
El autor decidió visitar a un hipnoterapeuta
holístico atraído por el anuncio que regularmente
publica en el rubro donde un matutino argentino clasifica videntes,
astrólogos y chamanes. En la chapa de bronce que brilla
sobre el portero eléctrico se lee el nombre de una Fundación,
que por dentro se parece más a una iglesia de la Era de
Acuario que al clásico consultorio esotérico donde
una bruja que no parece bruja tira las cartas.
El Centro de Evolución Espiritual es dirigido
por Gustavo Osis, un maestro que hipnotiza por 50 pesos la sesión.
Es regordete, peludo y hace un ademán suave cuando invita
a pasar a sus clientes truchos. Tiene una sonrisa que parece
pintada, como la barba blanda y gris que cubre su cara redonda.
Sus ojitos brillan alegres como si ya conociera la respuesta a
la pregunta ¿qué los trae por aquí? Su ropa es blanca
y limpia como en las tandas de jabón en polvo o como sus
zapatillas, que se saca -y hace sacar- antes de entrar a la habitación.
Sobre el piso frío se extiende una alfombra persa. Más
allá, un sillón como un trono para el maestro, almohadones
con puntillas, manteles de seda y el sofá redondo y mullido
donde se relajan sus clientes. Al costado, un altar repleto de
estatuillas de metal, cerámica y estampitas de Jesús,
Buda y Krishna. El Buda de la abundancia preside el pesebre ‘New
Age’, coronado por la Biblia y un macizo trozo de cristal de cuarzo.
EN TRANCE
Natalia Otazúa (21) -la cronista que se prestó para
el experimento-, aceptó que Osis la llevase a sus vidas
anteriores más por amor al periodismo que por obediencia
a su fe religiosa, que excluye la creencia en la reencarnación.
No tenía opinión formada y ni siquiera le interesaba
mucho averiguar quién había sido, si es que alguna
vez había sido alguien más aparte de ella misma,
en una vida anterior. Sin embargo, el reclamo de Natalia a Osis
sonó convincente: "Siempre quise saber quién
fuí", le dijo.
En verdad, el apellido de Osis tampoco es Osis.
En el momento el maestro no supo que sus nuevos clientes
eran periodistas, hecho que se ocultó no por malicia sino
porque -con el oficio al descubierto- hubiera quedado poco de
la magia y la frescura que es de agradecer en estos casos.
"Esto es algo serio", arrancó Osis
antes de crear el clima explicando el sistema de creencias al
que había que adherir para que la terapia fuera efectiva.
"Una sola sesión no te va a alcanzar para saber quién
fuiste. Hace falta un mínimo de tres sesiones. Esperar
saberlo todo hoy es como si compraras un Mercedes Benz para ir
hasta el corralón de acá a la vuelta".
Distendida y con los ojos cerrados, Natalia relató
-con frases cortas pero seguras- el itinerario de sus otras
vidas. Pero
un bache temporal hizo zozobrar una de sus encarnaciones.
El maestro lo notó. Sin embargo, se mostró complacido:
"Entraste muy bien en trance, ahora estás lista para
volver al mismo estado cuantas veces quieras".
"Osis", sencillamente, había descubierto
que Natalia era lo que los psicólogos llaman un sujeto
hipnótico. "Es verdad: soy sugestionable y muy
supersticiosa. Eso hizo que me entregara fácilmente",
señaló Natalia al salir del Centro Espiritual. El
autor de estas líneas se autodescartó como cobayo:
sus creencias son tan contrarias a la hipótesis de volver
al mundo encarnando el cuerpo de, digamos, un ferviente creyente
en la reencarnación, que Osis sólo podría
regresarlo hasta la semana pasada, con Oriente a favor.
COCKTAIL DE RELIGION
La experiencia no terminó allí. Regresada
y testigo discutían acerca de la buena o mala fe del gurú
a bordo de un taxi pilotado por Sergio, un flacucho de pómulos
angulosos y gorro de lana que asestó: "Disculpe que
me entrometa, jefe. Pero no permita que la chica vea tipos como
ese: meten bichos en el cuerpo". ¿De qué bichos
habla? "Son diablos malignos, espíritus bajos. Flotan
perdidos por ahí buscando cuerpos a dónde meterse.
No tienen nada que ver con la reencarnación".
Al mencionar que el maestro era devoto de Krishna
-aunque también de Jesús y Buda-, el taxista puso
el grito en el cielo: "¡Noooo! ¡Eso es una ensalada total!
Además, Krishna es sabio: para que la gente tenga una vida
normal, borra de la memoria las encarnaciones anteriores".
La cultura religiosa del tachero era sorprendente. ¿Dónde
aprendió todo eso? "Vea -respondió. "Mi
hermano es Hare Krishna, mi madre Testigo de Jehová y mi
mejor amigo estuvo años en un templo umbanda, donde le
sacaron hasta el último peso. Lo llevé a mi iglesia
y sanseacabó". Perdón, pero ¿a qué religión
pertenece? "Soy evangélico, y voy a una parroquia
cerca de Haedo. Hágame caso: vaya a una iglesia cristiana
sencilla y olvídese del resto".
¿Con qué o quién podría identificarse
Sergio si viera la película de Subiela? El paraíso
‘New Age’ no debería ser un privilegio de la clase media.
¿O sí?
Primera publicación: Sección "En
Trance", diario La Prensa, Buenos Aires, 19 de junio de 1995.
© Alejandro Agostinelli. Todos los derechos reservados
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