“Es
el acontecimiento más extraordinario del siglo”, se
entusiasmaron unos. “Es como si se hubiera filmado la crucifixión
de Jesús”, festejaron otros. La noticia cruda afirmaba
que un cameraman militar de 82 años le distrajo a la USAF
una increíble colección de rollos fílmicos
donde dos personas vestidas de médicos parecían
practicar una necropsia sobre el cuerpo de un E.T. sobreviviente
de la legendaria nave estrellada en el desierto de Roswell, Nuevo
México, en junio de 1947.
Cuando a fines de agosto de 1995 se estrenó en todo el
mundo el video -distribuido por la compañía Merlin
Productions del inglés Ray Santilli-,
los espectadores no tuvieron más remedio que discutir
su autenticidad a partir de lo que mostraban las imágenes,
ya que nadie más que sus promotores habían accedido
a las cintas originales ni al testimonio del viejo cameraman militar,
quien decidió deshacerse del documento porque -según
explicó Santilli- “necesitaba el dinero para pagar la boda
de su nieta”.
Desde el principio, la Merlin hizo lo posible por asegurarse la
explotación comercial del filme y evitar que fuera examinado.
Por esa razón, los escépticos centraron sus críticas
en la improbabilidad evolutiva de que la anatomía de
un ser nacido en otro mundo fuera antropomorfa, las inadecuadas
técnicas con que se practicó la autopsia, el curioso
parecido del E.T. con el estereotipo imaginado por la ciencia
ficción y la llamativa impericia del operador, quien
filmó la escena más increíble del siglo sin
corregir el foco cada vez que debía registrar los órganos
internos del presunto alien.
Aunque la opinión generalizada fue que la estrella de la
autopsia no era otra cosa que un muñeco de goma, la
polémica cotizó al video: sin pruebas definitivas
del montaje, todo podía ser cierto y todo podía
ser falso. En ese sentido, los promotores del caso acuñaron
frases de antología, como aquella según la cual
la película era creíble justamente porque estaba
demasiado mal hecha para ser un fraude: “Si era más
fácil ‘hacerlo bien’ para evitar sospechas, ¿por
qué no se hizo así?” Tal vez -como se les contestó-
no importaba que fuera mala porque la credulidad humana, o el
interés comercial de quienes se aprovechan de ella, promueve
falacias tanto o más ingeniosas que esa para defender un
producto que no da mucho de sí para ser defendido. La película
de Santilli -como las de Ed Wood Jr.,
considerado el peor director de cine de la historia- era tan
mala que era precisamente eso lo que la hacía buena.
La
Argentina fue uno de los pocos países donde se postuló
la hipótesis del humanoide de látex llevando manos
a la obra: una semana después del estreno televisivo
del video, un equipo de expertos en efectos especiales contratado
por Memoria -el programa de Chiche
Gelblung- creó una réplica casi
perfecta de la autopsia. “La hicimos en seis días
y costó 3.000 dólares”, explicó el ilusionista
Ferdinando
Da Vinci.
“Hicimos
un molde de arcilla al que cubrimos con silicona de látex.
Las visceras las compramos en el supermercado Coto”, precisó.
Para
el público, el parecido, la rapidez y el bajo costo con
que resolvieron la construcción del E.T. trucho fue un
veredicto casi inapelable.
EL
MAGO EGOÍSTA
Pero para los aficionados al tema ovni, todavía no había
sido dicha la última palabra y no pocos ufólogos
se ilusionaron con la idea de que Santilli se resignaría
a ceder el supuesto filme original de 16 milímetros cuando
abrochase el negocio. “Si el análisis demostraba el fraude
de un modo fehaciente -pensaron-, el productor inglés
iba declararse el primer engañado” -en su caso, por el
anónimo cameraman.
Nadie contó con que Ray Merlín Santilli
iba a sacar de la galera una nueva cohartada: a fines de 1995
declaró haber vendido el filme de la autopsia a un misterioso
coleccionista, quien se habría encargado de retirarla
de circulación. Jaques Pradel,
un periodista de Tele France Uno comprometido en la difusión
de la historia, decidió no perder pisada al caso y seguir
investigando. Así descubrió que el “nuevo dueño”
de la película era un tal Volker Spielberg. Pero el
intrigante personaje no resultó ser un coleccionista
sino un viejo socio alemán de Santilli. Su curioso
apellido retrotrajo a los orígenes del affaire: el murmullo
de parto de la historia aludía insistentemente a que
Steven
Spielberg andaba atrás de la película,
una versión que el cineasta se vio obligado a desmentir
una y otra vez. “Aquella distorsión pudo surgir del apellido
del socio de Santilli, que dejaron correr para cotizar el filme”,
conjeturó el ufólogo neoyorkino J
Antonio Huneeus.
Finalmente, la TV francesa localizó a Volker Spielberg
en Austria y le planteó el derecho que le asiste a la
humanidad a ser informada sobre un suceso tan importante. “No,
no -contestó-. Pienso que no es así. El mundo
es egoísta. Yo también lo soy”.
EL
ÚLTIMO DESAFÍO
Kent Jeffrey, un ufólogo
que coordinó una iniciativa internacional destinada a
investigar el llamado “Incidente Roswell”, publicó en
la revista especializada Mufon UFO Journal un artículo
que resume el estado actual de la cuestión:
-
Una encuesta entre los 15 mayores expertos en efectos especiales
opinaron en forma unánime que el E.T. sería
un muñeco.
- Santilli
hizo muchas afirmaciones falsas. Por ejemplo, dijo que la
antiguedad del filme había sido “autentificada por
la Kodak”, cuando a esta firma sólo le suministró
un trozo de celuloide que podía pertenecer a cualquier
película fechada en 1947. De hecho, la Kodak no recibió
un solo cuadro del original con una imagen visible de la autopsia.
- Al
principio, Santilli dijo que se convenció de la credibilidad
de la autopsia cuando vio en una escena a Harry
Truman, entonces presidente de los Estados Unidos,
tras la vitrina del quirófano. Esas imágenes
nunca fueron difundidas. Phillip Mantle,
un ufólogo inglés asociado con el empresario,
admitió que Santilli luego descartó aquel rollo
porque le pareció “poco verosimil”. Lo que no explicó
es por qué unos fragmentos son creíbles y otros
no, siendo que el material tenía el mismo origen.
- El
texto donde el cameraman cuenta su historia está escrito
en british english (el inglés que se habla en
Inglaterra). El camarógrafo antes había sido
retratado como un “americano muy patriota” (argumento con
que Santilli justificó los casi 50 años de silencio).
Joe Longo, Bill Gibson y Dan McGovern -tres acreditados camarógrafos
que combatieron durante la segunda guerra mundial-, señalaron
que para los proyectos especiales se utilizaban películas
color, no en blanco y negro, y una cámara fija en vez
de una móvil.
El
coronel McGovern le ofreció a Santilli certificar la
identidad del cameraman si le confirmaba el nombre, número
de matrícula y le gestionaba una charla telefónica
con él de 15 minutos. La propuesta se sumó a otra
hecha en julio de 1995 por la Eastman Kodak Corporation para
verificar la datación del filme.
Santilli no aceptó ninguna de las dos ofertas.
EL
CAMERAMAN FANTASMA
En la primera versión de la historia sobre cómo
adquirió el filme, Santilli no se cansaba de repetir
que el cameraman decidió ofrecerle el documento del siglo
después de venderle otro filme de Elvis
Presley. Gente del círculo íntimo de Santilli
reveló el nombre del camarógrafo, un tal Jack
Barnett. Ahora bien, en setiembre de 1995, Nicolas
Maillard, de TF-1, ubicó en Cleveland,
Ohio, al disc jockey Bill Randle, quien resultó ser...
¡el verdadero vendedor del filme de Elvis adquirido por
Santilli!
Cuando
Jeffrey le preguntó quién había sido el
cameraman de aquellas viejas cintas, Randle contestó:
“Un tal Jack Barnett”. ¿Jeffrey había llegado
al último eslabón de la cadena? Depende del cristal
con que se mire: enseguida se enteró de que Barnett había
fallecido en 1967 y que nunca había integrado el cuerpo
militar norteamericano. Entonces, ¿con quién negoció
Santilli la compra del filme de la autopsia, en 1993? ¿Con
un homónimo de Barnett o con su fantasma?
En
su programa, Pradel enfrentó a Santilli con estos nuevos
interrogantes. El hombre de la autopsia, visiblemente incómodo,
musitó: “Estoy feliz de que hayan encontrado a Bill Randle”.
¿Era lógico que saltara de felicidad porque otros
hubieran encontrado a alguien cuya identidad había mantenido
en riguroso secreto? Acto seguido, Santilli se desdijo de
sus declaraciones anteriores y admitió que Randle fue
quien le vendió el filme de Elvis. Y aclaró
haber encontrado al verdadero cameraman después de haber
adquirido los derechos de la película de Elvis en Cleveland
en el verano de 1992. Ante la enésima contradicción,
Pradel lo escuchó sin disimular su incredulidad. Santilli
sonrió imperturbable, acaso por aquello de que quien
ríe último ríe mejor.
Jeffrey,
acaso el ufólogo más indignado con el affaire,
preguntó a la Serious Fraud Office de Scotland Yard
por qué no se investigó el caso como defraudación
a la fe pública. “Porque tiene que haber una víctima
en el Reino Unido”, respondió un funcionario. “La actuación
de la Merlin no parece consistente con la de una organización
segura de hallarse en posesión de un artículo
genuino”, fue la diplomática conclusión del investigador.
Jacques
Valleé, el ufólogo más conocido del
mundo desde que un actor lo representó en Encuentros
Cercanos, prefirió la ironía. Recordó
que, en los años ‘50, una pequeña empresa vendía
“pelos de perro venusino” a 5 dólares el mechón.
“Y nos causaba mucha gracia. Ahora, después de la película
de Santilli, creo que era un buen negocio”.
El
paso del tiempo no hizo más que incrementar las evidencias
de que la famosa autopsia se trató del mayor fiasco de
la historia del fenómeno ovni. Tal vez haya que esperar
algunos años para que se devele el origen del fraude,
o que Santilli vuelva a la carga con las estremecedoras imágenes
del velatorio del E.T. Pase
lo que pasara, Santilli carga con el peso de haber sido el
único protagonista de esta historia que juró
haber estado con Jack Barnett, el primer camarógrafo
del mundo que no necesitó dar pruebas de su existencia
para conocer el sabor de la fama.
Alejandro
Agostinelli. © 1997 Todos los derechos reservados. Primera
publicación: Revista Descubrir Año 6 - N°
70, mayo de 1997.
NOTAS RELACIONADAS
Autopsia de un fraude
Un secreto revelado
Una
aclaración necesaria |