Comenzó a hacerse conocido en España en la década
del ‘90. El vidente argentino, con sus amaneramientos e impostaciones,
logró hacerse un lugar en los medios, especialmente cuando
intervino en la búsqueda -por medios paranormales, claro-
de Anabel Segura, una joven secuestrada
en abril de 1993 y a quien Octavio
Fernando Aceves dio por viva en Guadalajara
“cuando llevaba semanas muerta y enterrada en Toledo”
(1). Aceves tenía una frondosa, casi se diría colorida
biografía en la Argentina. Naturalmente, cuando se trasladó
a España era casi un hombre “sin historia”. De ella, como
John Doe, casi no había rastro.
O, mejor dicho, sólo la versión que de ella presentaba
el propio Aceves para vender un producto, sus alegados poderes
parapsicológicos, los cuales, si se visita su web site,
se advierte le permiten un holgado pasar.
Un encuentro casual de su nombre en Internet transportó
a un colaborador de Dios!
a un viaje en el tiempo. Este es el “diario”
de aquel encuentro, o el resultado de una tarde donde el escritor
y humanista secular argentino, Hugo Estrella Tampieri, se sentó
frente a su PC para recordar aquellos años, cuando, siendo
muy joven, su vida se cruzó con la de don Octavio Aceves,
quien por entonces era consultor esotérico de confianza
de personalidades clave en la etapa más negra de la historia
política argentina contemporánea, entre ellos Isabelita,
última esposa de Juan Domingo Perón,
el General Ramón Díaz Bessone
y Eduardo Emilio Massera.
MENDOZA, 1970: MILITANCIA Y MISTICISMO
Mi madre enviudó muy joven, a los treinta y tantos años.
De un día para otro había perdido a la mitad de
su familia y debió hacerse cargo de su propia manutención
y de la mía, además de batallar para poder ejercer
la profesión liberal en un medio hostil a la mujer independiente,
como la Mendoza de principios de los 70.
Fue en esas circunstancias, sumadas a la generalizada
locura de la sociedad que veía enemigos por todas partes,
bombas y guerrilleros, como asimismo brutales ataques represivos
y "comandos de moralidad" que tomaban el control dela
ciudad al caer el sol, que conoció -conocimos- a Octavio
Fernando Aceves.
Para nosotros, la situación era por demás complicada:
además de la cuestión económica y profesional,
se sumaba la militancia política en la centro izquierda
y su actividad como escritora.
Eran tiempos de lucha interna entre facciones peronistas, que
en Mendoza se expresaba en un juicio político contra el
Gobernador (de izquierda) capitalizado por el ViceGobernador (dirigente
gremial de extrema derecha). Los diputados opositores a la destitución
del Gobernador, por cargos irrelevantes, eran perseguidos brutalmente,
tal el caso del Radical Mario Fradusco
-amigo íntimo y vecino de nuestra familia- cuya casa fue
ametrallada, y su auto semidestruido a puntapiés por las
hordas fascistas. O el diputado de la Juventud Peronista (de izquierda)
Eduardo Molina, amigo del anterior,
cuyo auto fue dinamitado en pleno centro, quien debió huir
para salvar la vida. También se salvó por poco una
diputada de su mismo grupo, que se escapó con una peluca
y un vestido que mi madre le llevó hasta el refugio donde
protegía su vida.
Mendoza, finalmente, fue intervenida. Sus instituciones democráticas
fueron clausuradas por decisión de la Presidente de la
Nación, Isabelita, quien envió a Antonio
Cafiero, avalado por su camarilla ultraderechista y el
hombre que regía el país entre bambalinas,
José López Rega.
El miedo, las bombas a los teatros, la caza de intelectuales y
la represión que se vivía, junto a un hippismo provincial
muy a la moda de ese entonces, volcó a mucha gente, en
general razonable y bastante racional, a participar de grupos
un poco místicos o a buscar soluciones mágicas o,
al menos, cierta tranquilidad que, gente evolucionada como ellos,
ciertamente no iba a ir a buscar en una iglesia, menos a la Iglesia
Católica. Es ahí adonde entraron a tallar
personajes como Aceves. Y, visto a la distancia, si dan ganas
de reírse es por no llorar. Cuesta trabajo pensar
cómo alguien pudo haber creído tanta, pero tanta
afirmación delirante.
UN “INFLUYENTE” ASTRAL
Comenzando por su vida personal, Octavio Aceves era un completo
disparate. Todo en su vida lo era. Recuerdo su
departamento, en la calle Catamarca de la Ciudad de Mendoza: un
monoambiente dividido en dos por un tabique de madera y acrílico
naranja. De un lado, la “sala de espera”, con un par de silloncitos,
un ikebana y algún cuadrito. Pasando el tabique, el ambiente
donde estaba el resto de la “casa-consultorio”, distribuido en
L. De un lado, la mesa redonda donde Aceves echaba las cartas.
A la izquierda, un puf y un arcón junto a una bibliotequita.
Un poco mas allá, la cama, con un estante suspendido sobre
la cabecera, con más libros. En ese entonces el esmirriado
vidente usaba ropita negra y un permanente colgante de bronce
labrado, en forma de tubo, el famoso “péndulo” que, según
decía, ayudaba a su concentración y el ejercicio
de sus poderes.
Desfilaban por allí decenas de profesionales, artistas
y, poco a poco, gente con crecientes cuotas de poder político,
primero jueces, luego, inevitablemente, los militares,
uno en particular. Yo los conocí a casi todos. Con mis
pocos años, toda la historia era medio como un cuento.
Siempre acompañando a mi madre en su vida social, íbamos
seguido a lo de Aceves. Allí se reunían
a conversar y pasar veladas agradables gente del “ambiente” artístico,
periodistas, pintores y escritores. En esa época,
él se había comenzado a jactar de su amistad con
Isabel Martínez de Perón,
por quien nadie del grupo sentía especial aprecio. Lógicamente,
se le perdonaba todo: era el gurú.
Probablemente, nadie tomaba demasiado en serio sus comentarios
políticos; de hecho, él mismo decía estar
“más allá de esas cosas”. Sólo atendía
a “Isabelita” en su condición de “dotado". Aceves
tenía, por entonces, 26 años. Y se la pasaba yendo
y viniendo los 1000 km. que separan a Mendonza de Buenos Aires
en avión –todo un lujo en ese tiempo- por cuenta de la
Presidencia, para atender a “la Señora”.
Quien aparentemente era más dotado, pero en un sentido
que atraía más a Octavio, era Daniel X: un profesor
de francés que por entonces -según él- compartía
su departamento porque así ahorraban alquiler. Daniel era
un muchacho buenísimo, de 23 años, que había
vivido un tiempo en Francia, y vivía su homosexualidad
de manera un tanto culposa. La relación la ocultaban a
todo el mundo, aún a los íntimos. Tan eficaces no
eran: si yo, siendo un chico, me daba cuenta, con más razón
debía darse cuenta un adulto. Pero no sé: la voluntad
de creer es más fuerte que los ojos de un niño.
Ni mi madre reparaba en el asunto, tal vez porque nunca le importó
demasiado la opción sexual de la gente.
DE VACACIONES CON... ACEVES
Tan poco le importaba que una vez fuimos juntos de vacaciones.
Fue en un mes de febrero, probablemente del 76, antes de la catástrofe
del 24 de marzo, que estuvimos mi madre y yo en una habitación,
y Octavio y Daniel en la contigua, en el Hotel Quequén,
en los alrededores de Necochea, en la costa atlántica argentina.
Para desazón de nuestros vecinos, ambas habitaciones, como
en los hoteles antiguos, estaban comunicadas por una puerta que
estaba siempre cerrada, pero por las dudas nos advirtieron, que
no fuéramos entrar, porque -siendo verano- dormían
desnudos. La verdad es que el tema no me interesaba en absoluto:
yo estaba más entretenido en jugar con los hijos del dueño
del hotel. En esa misma época estuvo el elenco municipal
de teatro de Mendoza, contratado en Necochea, dirigido por los
grandes del teatro cuyano, Cristóbal
Arnold y Gladys Ravalle. También
fue ameno andar entre bambalinas y conocer los secretos del teatro
en que daban una obra para adultos, "El Juego que todos Jugamos",
de Alejandro Jodorowsky, y el elenco
infantil "El tucán escocés". No sé
si Aceves tuvo algo que ver con ello, pero con el tiempo me llamó
la atención que -al final de la temporada, a pocos días
del golpe- Ravalle y Arnold fueron cesanteados junto con
el resto del elenco, y algunos actores fueron directamente encarcelados.
EL "AMIGO"... DEL PROCESO
Desde entonces, la relación de nuestro grupo con Aceves
se puso cada vez más tensa. A medida que en la Argentina
la situación se derechizaba, él tomaba partido más
directamente en el asunto. Un General de División de la
ultraderecha que respondía al Almirante Emilio
E. Massera, la "pata peronista" del Golpe Militar,
estaba entre los acólitos de Aceves. Nunca
lo vimos personalmente: este personaje no se reunía con
el grupo de “bohemios”, sino que -con mucha inteligencia, en un
país que tenía vertientes enfrentadas con violencia-,
Aceves “ponía huevos en las dos canastas” y no
las mezclaba. Las reuniones con el General Ramón
Genaro Díaz Bessone eran, como sus encuentros con
Isabelita, parte de las cosas que contaba al resto dándose
aires, y exhibiendo cartas, pero no juntaba a unos con otros.
Producido el golpe, y brutalmente triunfante la derecha, Aceves
empezó a poner distancia con el resto de sus amigos, a
quienes usaba desembozadamente y sin ninguna vergüenza.
Uno a uno fueron quedando fuera de su círculo íntimo
los intelectuales, incluso su pareja, y empezó a promocionar
su noviazgo con una señorita. La derechización
de las costumbres también debió pegar en su interés
por congraciarse con sus nuevos amos. Era una época en
que -por tener ciertas amistades- se desaparecía, pero
también se ganaba impunidad. Y él exhibía
su garantía de impunidad en una tarjeta con un salvoconducto
firmado de puño y letra por el General Díaz Bessone,
Ministro de Planeamiento de la Dictadura desde el primer día
del asalto al poder.
Había otras personas de la derecha local que estuvieron
en su grupo místico-político, gente que seguía
embelesada el entonces famoso "retorno de los brujos"
(ahora que lo pienso es casi una broma cruel), que con el correr
de los años terminaron siendo dirigentes del partido que
fundó Massera para continuar su aventurerismo, cuyo nombre
me reservo porque ha muerto y sus parientes no merecen que lo
recordemos públicamente.
MEGALÓMANO DE NOTA
Aceves siguió un tiempo más en Mendoza, ahora volcado
al mundo de la música además de su oficio como vidente,
tarotista y pendulero (¿o pendulario?), ya que
lo único que se respetó medianamente en el mundo
de las artes fue la orquesta sinfónica. Un año antes
había dado rienda suelta a su megalomanía musical
-se decía cantante lírico- cantando en el Teatro
Colón. Pero no como él mismo cuenta sino
merced a que una de sus amistades alquiló el Salón
Dorado (una cuestión comercial, sin grandes requerimientos
estéticos) y, seguramente, merced a la paupérrima
gestión cultural que tenía el gobierno peronista
de entonces, cuando el Ministro Julio
Taiana fue reemplazado por Ivanissevich,
que se sacaba fotos saludando con el brazo en alto. No grabé
su concierto, al que no fui, sino su testimonio: nos contó
haber aparecido vestido con un kaftán dorado largo hasta
los pies y haberse retirado envuelto en un “tapado de oso con
los pelos largos así”. ¡Hoy leo que dice
ser dirigente ecologista!
Recuerdo, eso sí, alguna velada de gala con los palcos
del Teatro Independencia abarrotados de uniformados que aplaudían
entre movimiento y movimiento, con Aceves arrobado en la contemplación
de su novia, una morochita esmirriada de anteojos que tocaba la
viola.
Y ACEVES… SE FUE
Cuando finalmente mi madre se dio cuenta de sus continuas manipulaciones
económicas, políticas y humanas, rompió lanzas
con él. Como lo fueron haciendo el resto de los amigos
que se encontraron usados y abusados, envueltos en conflictos
hasta maritales por los cuentos y “consejos” del dotado.
Lo último que recuerdo fue una enfermedad que tuvo, algo
grave, que hizo que su madre viniera de Rosario, de donde era
oriundo, a cuidarlo. La pobre señora, al parecer,
ni se imaginaba la vida que llevaba el nene. Pero, con
mucha clase, lo cuidó y se mandó a mudar, dejándolo
a cargo de sus amigos, quienes cuidaron -y pagaron- sus cuentas
y atención.
Poco después supe que se había ido a vivir
a Buenos Aires, convocado por “urgentes razones de Estado”. Parece
que Díaz Bessone y Massera lo necesitaban cerca para poder
guiar bien al país, como evidentemente solo pudieron hacerlo
con asesores como Aceves.
No sé cuando partió para Europa. Pero, por esas
cosas de Internet, descubrí su
página y me indigné por los insospechados alcances
de la estupidez humana. Me indigné al ver cómo estos
personajes nefastos, que han sido partícipes íntimos
de quienes decidían sobre la vida y la muerte, la tortura
y la desaparición de tanta gente, hoy son aplaudidos por
el jet set de la democracia española.
Yo no tengo mayores historias con este personaje, aunque reconozco
que me apena pensar que mi madre y tanta otra gente buena pudo
creerle y estar bajo el dominio de una persona así. Supe
que había gente que no tomaba ninguna decisión sin
consultarlo y que algunos jueces lo buscaban por fallos complicados.
Inclusive supe que fue consultado por la familia de un chico que
raptaron, de apellido Esteller, a quien Aceves “veía”
en "una bañera llena de formol". La
verdad es que no recuerdo si a este chico lo encontraron, ni cómo
(2).
A mí, todo lo que me llamaba la atención era lo
que contaba del “aura”, un cuentazo
muy de moda. Según él mismo, visualizaba las características
de la personalidad del sujeto según el color. Y Aceves,
por supuesto, veía el aura. A mí me dijo que, por
ser niño, la tenía blanca, y mi abuela la tenía
amarilla.
Ahora que lo pienso, por la única razón
que me gustaría volver a ver a Octavio Aceves es para que
me diga ¡de qué color se me puso el aura!
Hugo Estrella Tampieri © 2003 Especial
para Dios!
Notas:
(1) Carballal, Manuel; “Los
expedientes secretos - El Cesid, el control de las creencias y
los fenómenos inexplicables”. Planeta, 2001.
Pág. 85.
(2) N. del. E.: El secuestro extorsivo al hijo de la familia Esteller,
dueños de una importante bodega de Mendoza, sucedió
en 1975. Aceves no fue el único mentalista que actuó
a pedido de familiares directos. Sus captores pedían 25
millones de pesos para devolver al joven con vida. Por entonces,
la familia publicaba solicitadas en los diarios de todo el país
que decían: “Nosotros cumplimos, cumplan ustedes”. El joven
apareció muerto.
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