Víctor
Sueiro instaló
el (tema del) milagro (católico) en la cultura de masas
en la Argentina. Lo sacó de las revistas populares. De
las peregrinaciones. De las misas carismáticas. De las
visitas de vecinas. De las charlas de sobremesa o de las rondas
de mate. Y lo instaló en los best-sellers y los horarios
prime time de los canales abiertos. En "Misterios
y Milagros", su actual versión televisiva, Sueiro,
a despecho de una pretendida humildad, se coloca en ese lugar
-algo pedante- de haber devenido en la única manera
en que la esperanza pueda llegar a los hogares, como el exlusivo
dispensador de buenas ondas; en pocas palabras: en una
versión mística de Raúl
Portal: "¡Upa el alma!".
El emotivo desfile de testimonios
que el programa presenta lleva a reflexionar acerca del tipo
de milagro que instaura en la televisión argentina.
En primer lugar, hay que remarcar que probablemente hable de los
milagros de la única manera que hasta ahora es posible
hacerlo en un programa de "no ficción" (?) en
un canal abierto en la Argentina: con sobreabundancia de referencias
católicas (a "mamita" la Virgen y al Angel
de la guarda, preferentemente) y con casi igual cantidad de
testimonios médicos. Estas alusiones no obedecen simplemente
a las preferencias personales o ideológicas de Sueiro sino
que reflejan, sobre todo, un fenómeno cultural más
abarcativo y relevante: la (im)posibilidad de hablar
de ciertas cosas en determinados ámbitos sin
alguna clase de permiso simbólico de cualquiera
de estas dos instituciones -la medicina y el catolicismo- que
regulan la versión oficial de la cultura argentina.
UN MÉDICO POR AQUÍ... La
presencia de los médicos en los programas resulta imprescindible
por -al menos- dos motivos. Ellos no sólo verifican la
realidad y la gravedad de cada caso, sino que certifican los
límites en los cuales la ciencia capitula y comienza la
mano de Dios (la verdadera). En ocasiones, los médicos
manifiestan su asombro por la curación. Esto sucede menos
veces de lo que parece a primera vista, pero si el testimonio
médico es demasiado descriptivo, luego aparecerá
uno de los protagonistas para encargarse de recalcar que los médicos
refrendaron el milagro. Por ejemplo, si el médico sólo
sugiere que la respuesta a lo que sucedió "no
la puede dar la ciencia", alguno de los parientes del beneficiado
por el milagro retomará su voz y, sin vacilar, atestiguará:
"como dicen los médicos, cuando no hay explicación
científica es un milagro."
Cuando los médicos son católicos
-y varios de los que aparecen en el programa lo son- entonces
están más dispuestos a insinuar la intervención
divina. Esta convergencia emociona al conductor, quien -feliz
por la colaboración de las instituciones hegemónicas-,
suele afirmar: "Cuando fe y ciencia se dan la mano, todo
es posible ".
La intervención de los médicos
cumple, además de la (mayor o menor) certificación
y validación del milagro, una función aún
más importante. Certifica que quienes aparecen en
el programa han transitado por los caminos correctos: primero
han visto un médico, luego han recurrido a la religión
-o han recurrido a ambos conjuntamente, alejando así
las sospechas o posibles acusaciones de incitación al curanderismo.
El programa de Sueiro, así, marca una diferencia importante
con relación a -por ejemplo- los documentales de "Infinito",
los cuales otorgan verosimilitud a los milagros sin preocuparse
por su certificación médica ni por la prioridad
de la medicina en el tratamiento de la enfermedad. Estas posturas,
sin embargo, sólo pueden o deben ser expresadas por canales
de cable: pareciera haber ciertos requisitos que los milagros
deben cumplir antes de poder ser proyectados semanalmente
a través de la televisión abierta.
LA VIDA SEGÚN VÍCTOR
SUEIRO Sueiro toma interpretaciones de hechos derivados de
la religiosidad popular pero las presenta de manera inequívocamente
ajustada a los ideales de clase media. Una versión,
digamos, Gasoleros -nunca Malandras- de los milagros,
con la impronta Pol-ka del barrio
y la familia. Los productos clásicos de la factoría
Suar, sin embargo, solían dar cabida a manifestaciones
más prosaicas de lo sobrenatural: premoniciones tarotistas
o sueños con padres muertos que daban consejos sobre problemas
terrenales. Los parientes muertos de "Misterios y Milagros",
por el contrario, siempre traen desde el más allá
ilustrativos mensajes sobre la Vida.
Porque en "esto también
es la Vida" -uno de los latiguillos de Sueiro- se presentan
milagros que suceden en familias de clase media, mayormente
blancas (con algunos matices cromáticos en el interior
del país), siempre bien constituidas (padre,
madre, hijos, abuelos). Las posibilidades de beneficiarse de un
milagro, en La Vida según Sueiro parecen ser escasas
o nulas si uno es pobre, vive en un barrio popular
(ni hablemos ya de una villa), tiene tez oscura, es
madre separada o soltera o sufre de SIDA.
Los milagros, además, no
parecen tener credibilidad si no son narrados por un adulto con
al menos secundaria completa (o por sus hijos). Hasta los fantasmas
aparecen en un museo de la calle Suipacha y los ven bailarines
y escritores.
FE HAY UNA SOLA... Si la posición
de clase parece ser determinante en la posibilidad de acceder
a los milagros, las probabilidades rozan el cero absoluto si
se es evangélico, espiritista o umbandista. Pese a
las frecuentes alusiones del conductor a que habla de la fe ‘de
todos’, que habla "no del Dios católico, (sino) del
que sea, del de ustedes" los evangélicos, espiritistas
o umbandistas deben ser hombres y mujeres de poca fe, ya que
-entre ellos- no se registran misterios y milagros. Tampoco entre
judíos o musulmanes. Esta ausencia va a contrapelo de las
historias que se cuentan diariamente en los templos pentecostales
o los terreiros de umbanda, hasta con estructuras narrativas
similares a las expuestas en el programa (la muletilla "los
médicos no entendían nada", por ejemplo, es
un estribillo que uno se cansa de escuchar en estos contextos).
Va a a contramano, también, de los testimonios que pueden
escucharse en los programas evangélicos que le siguen
al de Sueiro en otros canales -pero ya en espacios
pagos y no de prime time-. El único testimonio en
el que apareció un evangélico -cuando se
mostraron los esfuerzos y la confianza del guitarrista Cacho
Tirao de que volverá a tocar la guitarra luego de
una grave afección- su pertenencia religiosa no fue explicitada.
En la proposición de una
‘fe’ que se propone universal pero que es abrumadoramente singular,
Sueiro participa de un categorización periodística
habitual. Si es cierto esa frase hecha según la cual ‘la
fe mueve multitudes’, en los medios de comunicación argentinos
sólo sucede si las multitudes son católicas.
Por el contrario, para seguir con el ejemplo de los evangélicos,
siempre son multitudes que se mueven (¿acaso sin fe?).
Quizás porque su uso plural suena extraño, fe,
en la Argentina, parece haber una sola. Y capacidad para producir
milagros, también.
En este gesto, Sueiro no se diferencia
de otro activista mediático católico, el padre Oscar
González Quevedo, quien suele afirmar: "en
las universidades de todo el mundo, la parapsicología demuestra
(que) el verdadero milagro únicamente se da en la
tradición católica".
El padre Quevedo, al menos, lo decía
explícitamente.
2003 © Alejandro Frigerio.
Exclusivo para Dios!
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