Súbitamente, Mariana sintió
que su mente se silenciaba por completo. No había distinción
entre ella y quienes la rodeaban. Despojada de límites,
se descubrió abarcando el amplio cuarto donde meditaba,
la calle, la ciudad y el universo entero. Sintió que todas
las cosas estaban en ella y ella, en todas las cosas. Permaneció
en ese estado por un lapso que no puede precisar, porque también
había perdido la noción del tiempo. Poco a poco,
regresó a la cotidiana experiencia de vivir dentro de los
límites de su piel. Antes de alcanzar ese estado, Mariana
había participado de una maratónica serie de retiros
de meditación, interrumpiendo la práctica sólo
para dormir unas pocas horas y alimentarse frugalmente. Desde
entonces, está convencida de que cada partícula
del mundo, ella incluída, contiene la totalidad del cosmos.
No es la única. Muchas religiones orientales proporcionan
técnicas precisas para alcanzar experiencias de unidad
absoluta con el universo. En Occidente, el circuito de la New
Age las difundió en seminarios de meditación, de
modo que hoy muchos habitantes urbanos de clase media las utilizan
para acceder, o intentar acceder, a estados de unidad cósmica.
¿Como explicar estas experiencias? Hasta
hace poco, su interpretación parecía atascada
en una discusión entre dos bandos irreconciliables. Por
un lado, los místicos y sus simpatizantes, quienes afirmaban
que se trataba de episodios de iluminación, de experiencias
religiosas de contacto directo y sin intermediarios con Dios
o con el Cosmos. Por el otro, los agnósticos militantes,
quienes aseguraban que estados como el de Mariana eran el producto
de la sugestión: de tanto escuchar lo que debían
sentir de boca de sus maestros, los meditadores terminaban por
creer que, efectivamente, ellos también lo sentían.
Hoy, las investigaciones del cerebro comenzaron a poner la discusión
en otro plano. Si, como la mayoría de los científicos
afirma, la conciencia humana es el resultado de grandes grupos
de neuronas que interactúan entre sí, es lógico
suponer que las experiencias místicas también
lo son. Con esta convicción, algunos neurobiólogos
se han lanzado a determinar cuáles son los circuitos
cerebrales responsables de las experiencias religiosas.
REZO POR VOS
En el pasado reciente, la posibilidad de establecer las áreas
del cerebro involucradas en la percepción y la conducta
humana se basaba, sobre todo, en los datos proporcionados por
personas enfermas o lesionadas. Si muchos pacientes tenían
problemas para realizar una actividad y, al mismo tiempo, presentaban
un problema en una misma región del cerebro, podía
concluirse que era esa la región responsable de la tarea.
En 1997, por ejemplo, un equipo de científicos de la
Universidad de California en San Diego, dirigido por
Vilayanur Ramachandran, estudió a un grupo de pacientes
que sufría un tipo especial y poco frecuente de epilepsia
que afectaba sus lóbulos temporales. Ellos relataban
que durante los ataques veían a Dios, experimentaban
una total unidad con el universo o se sentían súbitamente
iluminados. En su vida cotidiana, fuera de los episodios epilépticos,
mostraban una preocupación especialmente intensa por
cuestiones religiosas.
El estudio de los neurobiólogos de San Diego consistió
en comparar la reacción de los pacientes epilépticos
al escuchar palabras relacionadas con el sexo, la política
y la religión con la de dos grupos de control. Estos
grupos estaban conformados, respectivamente, por personas no
religiosas y “razonablemente” religiosas. Los científicos
midieron la reacción emocional de los tres grupos por
el grado de conductividad eléctrica de la piel, un procedimiento
aceptado para este fin en los estudios de laboratorio. Así,
descubrieron que los pacientes epilépticos que tenían
afectado el lóbulo temporal reaccionaban mucho más
intensamente que los grupos de control ante palabras como “Dios”
o “espíritu”. Sus conclusiones -que dieron varias
veces la vuelta al mundo- sugerían que podrían
existir circuitos neuronales en el lóbulo temporal que
integrarían la maquinaria del cerebro involucrada en
las experiencias místicas. Los pacientes epilépticos
experimentarían una actividad anormalmente elevada de
estos circuitos. Los científicos apodaron a este circuito
“el módulo de Dios”. En una entrevista publicada en
Los Angeles Times, Ramachandran declaraba : “Lo excitante
es que uno puede incluso comenzar a contemplar la realización
de experimentos científicos sobre las bases neuronales
de la religión y la creencia en Dios”.
Los experimentos no se hicieron esperar. El avance
más reciente en la ubicación de los circuitos
neuronales implicados en las experiencias místicas está
siendo llevado a cabo por dos investigadores de la Universidad
de Pennsylavania: Andrew
Newberg, especialista en medicina nuclear, y Eugene d’Aquili,
psiquiatra y antropólogo. Su estudio actual sobre la
relación entre la meditación, las experiencias
místicas y los circuitos neuronales se apoya en el desarrollo
de modernas técnicas de diagnóstico en medicina
nuclear como el SPECT.
Estas técnicas, que permiten observar las distintas áreas
del cerebro humano en funcionamiento, se aplican actualmente
a personas sanas para establecer qué regiones de sus
cerebros se activan cuando perciben objetos, realizan distintas
tareas o resuelven problemas específicos.
Particularmente dos tareas resultaban clave para la investigación
del equipo de Pennsylvania: la concentración de la atención
y la ubicación espacial. En la mayoría de las
técnicas, los meditadores primero concentran su atención:
suelen encerrarse en claustros silenciosos o en lugares apartados,
permanecer sentados en posiciones que les permiten estar quietos
por largos períodos y cerrar los ojos, absorbiéndose
en el fluir de sus pensamientos, en una imagen religiosa, o
en un sonido monótono como el famoso OM.
EL DIOS INTERNO
¿Qué área del cerebro es responsable por
la concentración de la atención ? Las investigaciones
apuntan a la corteza prefrontal. Las lesiones en esta región,
tristemente comunes entre jugadores de rugby y fútbol
americano, parecen desembocar en dificultades para concentrar
la atención. También los niños hiperactivos
y los pacientes esquizofrénicos, que experimentan desórdenes
de concentración, muestran cortezas prefrontales anormales.
Pero si la concentración de la atención parece
central en el comienzo de la meditación, quienes practican
lo suficiente afirman acceder después de un tiempo a
experiencias de unión con el universo. Pierden la conciencia
de sus límites espaciales y se sienten, como Mariana,
“en todas partes al mismo tiempo”. En su libro La Mente Holotrópica
el psicólogo transpersonal e ideólogo del movimiento
New Age, Stanislav
Grof, describe un estado de este tipo: “...fue océano,
animales, plantas, nubes, en ocasiones una cosa, en otras una
distinta y en otras todas la unísono.” De manera que,
en la meditación, la concentración inicial parece
desembocar, con la práctica, en la pérdida del
sentido de la ubicación del sujeto en el espacio. Las
investigaciones en neurobiología indican que es el lóbulo
parietal posterior superior el responsable de sintetizar los
datos proporcionados por los distintos sentidos -las señales
captadas por la vista, el tacto, el oído, el movimiento
corporal, etc.- creando el sentido de la ubicación espacial.
En otras palabras, un circuito ubicado en este lóbulo
parece elaborar una especie de mapa mental centrado en una flecha
que indica “en este momento, usted se encuentra aquí”.
Basándose en esta información, Newberg y d’Aquili
hicieron una lógica deducción: si los meditadores
experimentan altos niveles de concentración primero,
para perder luego el sentido de sus límites y su ubicación
espacial, sus cerebros deben mostrar los cambios correspondientes:
un aumento en la actividad de la corteza prefrontal -que sería
responsable del aumento en la concentración- y una reducción
en la actividad del lóbulo parietal posterior superior-
comprometido en la pérdida del sentido de los límites
y la propia ubicación espacial. El estudio que se
hallan actualmente realizando, consiste en tomar imágenes
SPECT del cerebro de expertos en meditación budista tibetana
cuando descansan, para luego compararlas con las obtenidas cuando
alcanzan el pico de sus estados místicos. Hasta ahora
aplicaron el procedimiento sobre siete meditadores y parecen
haber encontrado exactamente lo que esperaban: en todos los
casos, las imágenes revelaron que las áreas frontales,
incluída la corteza prefrontal, aumentaban su actividad,
en tanto el lóbulo parietal posterior superior, la reducía.
Los resultados parecen indicar que, efectivamente, los estados
de concentración y unión con el universo que los
meditadores relatan tienen su origen en la activación
-o la reducción de la activación- de circuitos
neuronales específicos.
EPILEPSIA Y EXTASIS
Sin embargo, y como habrá advertido el lector concentrado,
los resultados del equipo de Pennsylvania no coinciden con los
del de San Diego. Las investigaciones del último, dirigido
por Ramachandran,
hacían esperar que el lóbulo temporal se activara
durante las experiencias místicas, y esto no es precisamente
lo que encontraron Newberg y d’Aquili. La resolución
de estas contradicciones obliga a profundizar las investigaciones.
La explicación más obvia es que las experiencias
religiosas de los epilépticos no tienen el mismo origen
que las de los budistas tibetanos. Algunos investigadores, en
efecto, sostienen que, incluso entre personas sanas, lo que
se suele englobar como “experiencias religiosas” son un montón
de estados diferentes que sólo guardan entre sí
un cierto aire de familia: todos son extraordinarios y se distinguen
de la realidad cotidiana. Sin embargo, hay otras interpretaciones
posibles para la discrepancia entre los resultados de ambos
equipos. Estas explicaciones permitirían sostener que
las diversas experiencias religiosas no son sino variantes
en distintos tonos de una misma melodía neuronal básica.
Los circuitos activados en el cerebro de Mariana cuando se sintió
unida al cosmos, ¿serán los mismos que se activaban
en Santa Teresa cuando sentía
que Dios elevaba su alma? Y estas experiencias ¿serán
neurológicamente distintas de las del bailarín
profesional que, en el escenario, siente por un momento que
no es él sino una fuerza que lo supera la que lo mueve?
Sólo más investigaciones podrán responder
estos interrogantes. Algunos estudiosos parecen estar ya encaminándose
en este sentido: en 1998, la Universidad de Vermont, cuarenta
académicos de todo el mundo iniciaron una serie de encuentros
donde comenzaron a discutir los puntos de contacto entre la
neurociencia y el estudio transcultural de las religiones.
El cerebro parece proporcionar nuevas claves para explicar experiencias
como la de Mariana. En un reciente reportaje de Science and
Spirit Resources, Newberg afirmaba: “Incluso el hecho
de cómo pensamos y sentimos en relación con la
religión está íntimamente ligado al funcionamiento
del cerebro. Por lo tanto, cuanto más entendamos el cerebro,
más entenderemos cómo y por qué los seres
humanos tenemos religión”.
Primera publicación: Revista Descubrir,
Año 8 N° 86, Buenos Aires, Argentina, Setiembre de
1998. Fuente original en la web: http://www.dios.com.ar. ©
María Julia Carozzi (1998).
FOTO: RAÚL MOLEÓN
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