El primer miércoles de 1995, Memoria, el ciclo que conducía
el periodista Samuel
Chiche Gelblung puso frente a la máquina
de la verdad al curandero televisivo Ricardo Schiariti bajo la consigna: "¿Mago,
adivino o chanta?".
Para empezar, Gelblung quiso saber en cuál de esas categorías
prefería ubicarse. El mentalista puso atención como si fuera
la primera vez que le hicieran la pregunta y habló como si fuera
la primera vez que la respondía: "Yo ayudo a que se ayuden.
Alguna vez, médicos de avanzada me dijeron que yo era metapsicólogo.
Pero todavía no sé como clasificarme".
Sin que nadie se lo preguntara, el metapsicólogo reconoció
que la técnica del pizarrón que usa para leer las mentes "es
una excusa para sorprender y ganarse la confianza de la gente".
Enseguida ensayó una rara autodefensa: "Es que el hombre ha
perdido el respeto por el hombre. Tantas veces -me incluyo-
decimos mentiras a cara descubierta..."
Luego se relajó el cuello -ritual que ejecuta antes y después
de sus diagnósticos psíquicos: Era el momento de contrarrestar
el efecto adverso de su confesión. Y lo hizo soltando la enésima
confesión espontánea de la noche: "Esta vez, sin trucos".
Así, de su mente surgieron la fecha de nacimiento de Gelblung
y el nombre y perfil psicológico de la madre del conductor del
programa, quien -ingenuo, piadoso o solidario- en vez de destacar
la facilidad con que se pueden conseguir esos datos, sonrió
levemente y dijo: "Doy fe de que no hizo el truco del
papelito".
El periodista lo llevó
al polígrafo -nombre técnico del llamado detector de mentiras- y anunció el match entre dos fuerzas
diferentes: "La máquina, que es un instrumento científico, versus
la magia del señor Schiariti"".
MÉTODO BRUJO
Schiariti -recordémoslo- fue quien vaticinó que el cantante
Palito Ortega iba a secundar a Carlos
Menem en la vacante para el Vice. Esa predicción
fallida -errar videntum est- no fue grave. Lo grave
fue que no se cansó de repetirla. Para muchos, los fracasos
de Schiariti sólo alcanzan para comprobar que es un mal mentalista,
no para determinar su sinceridad. En efecto, el vidente parece
convencido de que sus poderes son reales -para lo cual no hace
falta que los posea- y a lo largo del programa demostró que
sufre las críticas como un calvario. El conductor
le recordó que su actividad "produce rechazo" y el mentalista
respondió comparándose con Cristo: "Si Jesús pasó por lo que
pasó, ¿nosotros qué podemos esperar? El día que venga, lo vamos
a poner frente a la máquina también".
Es aquí donde aflora uno de los leit motive de la polémica
alrededor del uso del polígrafo: ¿Puede un aparato reconocer
la diferencia entre verdad subjetiva (autoconvicción
o autoengaño) y verdad objetiva (independiente de las
creencias personales)? ¿Puede sonsacar la verdad de las
complejas motivaciones de un simulador?
Enrique Prueger , perito en criminalística y operador de la
máquina en Memoria, dice que sí. "Por algo, en muchos
juzgados norteamericanos, el polígrafo es aceptado como elemento
de prueba. Luego es el juez quien decide si tiene o no valor".
El psicólogo norteamericano
H. J. Eysenck, en cambio, plantea
sus dudas con un ejemplo procedente de la literatura antropológica:
El jefe de una tribu fue asesinado y había cinco sospechosos.
Para descubrir al culpable, el brujo ofició una ceremonia de
hondo significado mágico: tras un dramático sermón donde exhaltaba
la iniquidad del crimen, despositó cinco platos de arroz ante
ellos. Los inocentes, dijo, comerán el arroz sin dificultad.
El culpable -cuyo pecado merece incluso el desprecio de los
vegetales- no podrá probar siquiera un bocado. La magia -hoy
llamada poder de sugestión- se encargaría del resto. "¿Quién puede saber -se pregunta Eysenck-
si el condenado, que terminó en las fauces de los cocodrilos,
reaccionó tal como se esperaba que lo hiciera porque sabía que el brujo le guardaba
rencor y temía ser acusado?".
Para el experto, las técnicas actuales no son mejores. Es más,
el brujo disfruta de una ventaja extra: logra una disposición
a aceptar la eficacia de su método que -por suspicacias inherentes
a la modernidad- el usuario del polígrafo jamás conseguirá.
Pero, según sus críticos, el riesgo de las interpretaciones
equívocas -entre otras cosas, fruto de la dificultad de
determinar los motivos precisos de la ansiedad- se mantiene
inalterable, lo que pone serios límites a la pretensión de que
el polígrafo puede probar la culpabilidad de una persona.
LA PURA VERDAD
El polígrafo es un artefacto preparado
para registrar y medir en un gráfico diversas variables fisiológicas:
pulso, presión arterial, ritmo y profundidad de la respiración,
y respuesta galvánica de la piel a través del sudor.
Los expertos explican que la base científica del polígrafo
descansa en tres premisas básicas: 1) que los transductores
usados pueden hacer mediciones bastante precisas de las variables
fisiológicas, 2) que esas variables están relacionadas con la
excitación fisiológica, y 3) que el estímulo psicológico puede
estar asociado a esas respuestas fisiológicas. Estos dos últimos
aspectos -no el primero- son los que están en la hoguera de
la controversia. Pero la premisa central es la presunción según
la cual la culpa se puede inferir de una perturbación emocional.
Y esta afirmación es considerada improbable por la mayoría de
los psicólogos. Para ellos, la máquina no detecta mentiras sino
cambios fisiológicos producidos por estados emocionales, sin
distinguir indignación, ansiedad o temor de culpa. En realidad,
la exactitud de las mediciones depende del tipo
de mentira, de quién es su autor y, en el caso de que la hubiere,
del encargado de desenmascararla.
En el examen con polígrafo estándar, el operador deberá convencer
al interrogado de la altísima precisión del aparato con una
demostración y le preguntará si está bajo influencia de medicación
susceptible de afectar los resultados. Elie
Shneour, un especialista en biosistemas de California,
resalta el hecho de que "casi nunca se coteja esta última respuesta
con muestras de la orina y la sangre del interrogado: se confía
en la palabra de una persona cuya credibilidad es, precisamente,
la razón del examen con polígrafo".
Durante los exámenes televisivos, ¿se toman los recaudos metodológicos
que sugieren los promotores del sistema? Prueger responde: "Antes
de que empiece el programa le hago dos o tres pasadas. Cuando
estamos en el aire, la persona está muy nerviosa y eso no sirve.
Por eso saco un promedio. Reconozco que me juego en la apreciación,
que hay márgenes de error. En una pericia judicial se deben
hacer muchas más pasadas".
El comportamiento observable del sujeto examinado es otro parámetro
fundamental: "Una respiración más profunda 15 ó 20 segundos
después de haber respondido una pregunta importante, o al fin
del interrogatorio, indica con frecuencia una mentira, ya que
señala el sentimiento de alivio de que el peligro ha pasado",
dice Eysenck. El perito de Memoria no señaló el formidable
resoplido de Schiariti cuando finalizó la entrevista. Sí, en
cambio, que intentó bloquear la máquina: "Quiso evadirse de
todas las respuestas, retuvo la respiración hasta cuando le
hicimos las preguntas de control. El tipo estaba loco, ido,
pensó que lo iba a fusilar". Prueger sabe que su uso suscita
polémicas y reconoce: "El aparato no reemplaza a la justicia
y el resultado puede ser controvertido".
Con tantas dudas, es llamativo que -a la hora de evaluar las
respuestas- el perito diga ante cámaras: "Indudablemente,
dice la verdad"; o bien: "Indudablemente, miente".
El efecto que recibe el espectador es que se encuentra ante
una máquina infalible. "Yo preferiría decir: "Hay una elevada
probabilidad". Pero, en televisión, eso duele", confiesa
Prueger. Hizo este comentario sin necesidad de usar ningún detector.
EL CULPABLE ZAFA
Tras citar estudios estadísticos sobre el uso del polígrafo
en los Estados Unidos, Shneour destaca un hallazgo inquietante:
"La mayor ironía consiste en que los exámenes con polígrafo
tienden a producir una mayor cantidad de dictámenes positivos
falsos que negativos falsos. Es decir, que el polígrafo ha
incriminado como mentirosos a más individuos veraces que a verdaderos
mentirosos". Y da un consejo: "Si usted es inocente, nunca
acepte una prueba con un detector de mentiras. Pero si es culpable,
acéptelo: podría ser exonerado". El experto advierte que el
uso de esta clase de test en los juzgados representa un peligro
para el precepto constitucional según el cual una persona es
inocente hasta que se pruebe lo contrario.
Todo esto conduce a una paradoja de primer orden: para
juzgar la credibilidad de personajes polémicos se utiliza un
procedimiento que... también lo es.
Nadie cuestionaría el uso del polígrafo en el marco de un espectáculo.
Pero antes, la audiencia debería estar enterada de que su finalidad
es entretener. De hecho, hasta resulta divertido -e incluso
valioso para formarse una opinión- conocer las reacciones del
entrevistado (apichonado, desafiante, sereno...) en su papel
de sospechoso bajo examen. Pero el veredicto, según
vimos, no puede ser considerado prueba científica de culpabilidad
o inocencia.
Hay un último problema. Si las dudas en torno a las cualidades
del polígrafo fueran expresadas sin ambigüedades, pasaría lo
mismo que le pasó a Schiariti, quien no tuvo mejor idea que
reconocer que, para impactar, usa trucos de ilusionismo: se
acabaría la "magia". (¿Pero cómo? ¿No era que la estábamos enfrentando
con el "detector de mentiras"?).
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
Eysenck, H. J.: Enigmas de la Psicología. Cap II, pp. 72-104.
Ed. Morata. Madrid, 1982.
Shneour, Elie A.: "Lying About Polygraph Test", en Skeptical
Inquirer, vol.14, n. 3, 1990, pp. 292-297.
Smith, Burke: "The Polygraph", en Scientific American
vol. 216, n. 6, julio/agosto 1982, pp. 279-286.
Toselli, Paolo: "Macchina della verita, o no?", en UFO
n. 13, dic. 1993, p.30.
Primera publicación: Sección "En trance", en diario "La Prensa",
Buenos Aires, 14 de enero de 1995.