Una
seudociencia es un montón de macanas que se vende como
ciencia. Ejemplos: alquimia, astrología, caracterología,
comunismo científico, creacionismo científico, grafología,
ovnilogía, parapsicología y psicoanálisis.
Se reconoce por poseer al menos un par de las siguientes características:
- Invoca
entes inmateriales o sobrenaturales inaccesibles al examen
empírico, tales como fuerza vital, alma, superego,
creación divina, destino, memoria colectiva y necesidad
histórica.
-
Es crédula: no somete sus especulaciones a prueba
alguna. Por ejemplo, no hay laboratorios homeopáticos
ni psicoanalíticos. Corrección: en la Universidad
Duke existió en un tiempo el laboratorio parapsicológico
de J. B. Rhine; y en la de París
existió el laboratorio homeopático del doctor
Jacques Benveniste. Pero ambos
fueron clausurados cuando se descubrió que habían
cometido fraudes.
- Es
dogmática: no cambia sus principios cuando fallan
ni como resultado de nuevos hallazgos. No busca novedades,
sino que queda atada a un cuerpo de creencias. Cuando cambia
lo hace solo en detalles y como resultado de disensiones
dentro de la grey.
- Rechaza
la crítica, matayuyos normal en la actividad científica,
alegando que es ella motivada por dogmatismo o por
resistencia psicológica. Recurre pues al argumento
ad hominem en lugar del argumento honesto.
- No
encuentra ni utiliza leyes generales. Los científicos,
en cambio, buscan o usan leyes generales.
- Sus
principios son incompatibles con algunos de los principios
más seguros de la ciencia. Por ejemplo, la telequinesis
contradice el principio de conservación de la energía.
Y el concepto de memoria colectiva contradice la perogrullada
de que solo un cerebro individual pueden recordar.
- No
interactúa con ninguna ciencia propiamente dicha.
En particular, ni psicoanalistas ni parapsicólogos
tienen tratos con la psicología experimental o con
la neurociencia. A primera vista, la astrología es
la excepción, ya que emplea datos astronómicos
para confeccionar horóscopos. Pero toma sin dar
nada a cambio. Las ciencias propiamente dichas forman
un sistema de componentes interdependientes.
- Es
fácil: no requiere un largo aprendizaje. El motivo
es que no se funda sobre un cuerpo de conocimientos auténticos.
Por ejemplo, quien pretenda investigar los mecanismos neurales
del olvido o del placer tendrá que empezar por estudiar
neurobiología y psicología, dedicando varios
años a trabajos de laboratorio. En cambio, cualquiera
puede recitar el dogma de que el olvido es efecto de la
represión, o de que la búsqueda del placer
obedece al "principio del placer". Buscar
conocimiento nuevo no es lo mismo que repetir o siquiera inventar
fórmulas huecas.
- Sólo
le interesa lo que pueda tener uso práctico:
no busca la verdad desinteresada. Ni admite ignorar algo:
tiene explicaciones para todo. Pero sus procedimientos
y recetas son ineficaces por no fundarse sobre conocimientos
auténticos. Al igual que la magia, tiene aspiraciones
técnicas infundadas.
- Se
mantiene al margen de la comunidad científica.
Es decir, sus cultores no publican en revistas científicas
ni participan de seminarios ni de congresos abiertos a la
comunidad científica. Los científicos, en
cambio, someten sus ideas a la crítica de sus pares:
someten sus artículos a publicaciones científicas
y presentan sus resultados en seminarios, conferencias y congresos.
APRENDIZAJE
EMOCIONAL
Veamos en un ejemplo cómo obran los científicos
cuando abordan problemas que también interesan a los
seudocientíficos. En 1998 los psicobiólogos J.
S. Morris, A. Ohman y R.
J. Dolan publicaron en la célebre revista Nature
un trabajo sobre aprendizaje emocional consciente e inconsciente
en la amígdala humana. Ya que este artículo
trata de emociones conscientes e inconscientes, parecería
que debiera interesar a los psicoanalistas. Pero no les interesa
porque los autores estudiaron el cerebro, mientras que los analistas
se ocupan del alma: ellos no sabrían qué hacer
con cerebros, ajenos o propios, en un laboratorio de psicobiología.
Pues bien, la amígdala cerebral es un órgano diminuto
pero evolutivamente muy antiguo, que siente emociones básicas
tales como el miedo y la furia. Dada la importancia de estas
emociones en la vida social, es fácil imaginar los trastornos
de conducta que sufre una persona con una amígdala anormal,
ya sea atrofiada o hipertrófica. Si lo primero, no reconocerá
signos peligrosos. Si lo segundo, será propensa a la
violencia.
La actividad de la amígdala cerebral puede registrarse
mediante un escáner PET. Este aparato permite detectar
objetivamente las emociones de un sujeto en cada lado de su
amígdala. Sin embargo, tal actividad emocional puede
no aflorar a la conciencia. O sea, una persona puede estar asustada
o enojada sin advertirlo. ¿Cómo se sabe? Agregando
un test psicológico a la observación neurobiológica.
Por ejemplo, si a un sujeto normal se le muestra brevemente
una cara enojada y enseguida después una cara sin expresión,
informará que vio la segunda pero no la primera. ¿Represión?
Los científicos citados no se contentaron con bautizar
el fenómeno. Repitieron el experimento, pero ahora asociaron
la cara enojada con un estímulo negativo: un intenso
y molesto “ruido blanco”, es decir, no significativo. En este
caso, la amígdala fue activada por la imagen visual,
aun cuando el sujeto no recordara haberla visto. O sea que la
amígdala cerebral “sabe” algo que ignora el órgano
de la conciencia (cualquiera que éste sea).
En principio, con el método que acabo de describir
escuetamente, se podría medir la intensidad de una emoción.
Por ejemplo, se podría medir la intensidad del odio
que, según Freud, un varón
siente por su padre. Sin embargo, antes de proceder a tal medición
habría que establecer la existencia del complejo de Edipo.
Pero éste no existe, como lo mostraron las extensas investigaciones
de campo del profesor Arthur P. Wolf condensadas en su grueso
tomo Sexual Attraction and Childhood Association (Stanford
University Press, 1995).
Las seudociencias son como las pesadillas: se desvanecen
cuando se las examina a la luz de la ciencia. Pero, mientras
tanto, infectan la cultura y algunas de ellas son de gran provecho
pecuniario para sus cultores. Por ejemplo, un psicoanalista
latinoamericano puede ganar en un día lo que su compatriota
científico gana en un mes. Lo que refuta el refrán
“no es oro todo lo que reluce”.
Mario
Bunge © 2001 Primera publicación: Diario “La Nacion”,
19-02-2001
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