Esa increíble conjetura científico/espiritual -que
conoció versiones más taquilleras en sus vertientes
románticas con Ghost o El cielo se equivocó-
era la respuesta de Hollywood a una mitología encarnada
en el mundo real: el misterioso testimonio de aquellas personas
que aseguran haber experimentado vivencias extraordinarias en
el umbral de la muerte.
Hay malpensados que despachan rápidamente estas historias
acusando a sus protagonistas de fantasiosos o de religiosos más
o menos exaltados. Para otros, estos relatos compensan con una
pátina de verosimilitud creencias religiosas en baja, o
son son parte de una movida cultural impuesta por fabricantes
de best-sellers. Pero los contradictores sólo se basan
en el aspecto visible del fenómeno.
Pocos
saben que, en los últimos quince años, las llamadas
Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) obtuvieron carta de ciudadanía
dentro de la comunidad científica. Hoy el tema se discute
en publicaciones como la Annual Review of Neuroscience,
Scientific American y hasta
en un medio propio, el Journal of Near-Death Studies, donde
médicos, psicólogos y neurofisiólogos exponen
estudios de distinta complejidad sobre los extraños acontecimientos
mentales que suceden en el cerebro moribundo.
La primera recopilación de visiones en el lecho de muerte
provino de un heterodoxo, el metapsiquista Sir William Barret,
quien le dedicó un librito al tema en 1926. La controversia
se mantuvo en suspenso durante 50 años. Y cuando volvió,
fue millones de ejemplares vendidos. El libro se tituló
"Vida después de la vida" (1975). Y su autor
fue otro heterodoxo, el médico norteamericano Raymond
Moody.
En ese best-seller Moody incluía el repertorio de supuestas
experiencias post-mortem que encontró en La Biblia, el
Libro Tibetano de los Muertos, y en escritos de Platón
y del místico occidental Emanuel
Swedenborg, a los que comparaba con las actuales ECM para
denotar la extensión histórica y cultural del fenómeno.
Y el impactante relato de decenas de resucitados que aseguraban
haber vuelto de la muerte para contar el cuento.
EL
TUNEL ESOTÉRICO
El rigor científico del libro de Moody fue seriamente cuestionado.
Pero si se prescindía del sesgo del autor, del material
en crudo surgía que allí había algo más
revelador que el sueño y algo más interesante que
una alucinación.
En un retrato tipo de ECM, la persona oye que se la declara muerta.
Luego escucha un zumbido chillón o un campanilleo y un
túnel largo y oscuro. A continuación ve su propio
cuerpo físico recostado y el intento de los médicos
por resucitarlo. Ya acostumbrado a su nueva condición,
aparecen otros, entre ellos familiares y amigos, y un ser luminoso,
amoroso y cordial, que le presenta una panorámica de los
sucesos más importantes de su vida y le ayuda a evaluarlos.
Después se aproxima a una frontera, que parece representar
un límite entre la vida terrena y la otra. Pese a que experimenta
intensos sentimientos de alegría, paz y amor, sabe que
el momento de la muerte todavía no ha llegado y debe regresar.
Luego trata de hablar con otros. Nadie lo entiende y deja de intentarlo:
como ocurre frecuentemente tras muchos eventos extraordinarios,
que el protagonista considera sobrenaturales por su originalidad
y por su carácter inefable, no encuentra palabras humanas
para describir lo que ha sucedido. La vivencia, al fin, afecta
profundamente sus concepciones sobre la vida y la muerte.
La reacción inmediata ante el hallazgo fue de incredulidad.
Pero en 1980, el psicólogo Kenneth
Ring encuestó a 102 personas que habían estado
próximas a morir y descubrió que Moody tenía
razón: casi el 50 por ciento había tenido lo que
llamó una experiencia esencial. La subdividió en
cinco etapas: sensación de paz, separación del cuerpo,
ingreso en la oscuridad o túnel, visión de la luz,
e ingreso en la luz.
Ahora bien, ¿estas experiencias sólo la han vivido
personas que se arrimaron lo suficiente a la muerte? La respuesta
es NO. Los investigadores descubrieron que también sucedían
en situaciones ordinarias, como en personas muy cansadas o con
jaquecas fuertes, al quedarse dormidas o en estados profundos
de relajación, y también entre consumidores de ciertas
drogas, como el LSD, la psilocibina o la mescalina. Ring confirmó
que las visiones eran completamente realistas y que producían
cambios profundos y positivos de personalidad. Ninguno de ellos
le decía: He estado alucinando o Imaginé
que fuí al cielo. El sentimiento que prevalecía
era exactamente el opuesto: Estuve realmente ahí
arriba mirando hacia abajo o Ví a mi abuelita
en el cielo.
EL
TÚNEL COMPUTADO
Hace tiempo se sabe que la restricción del riego sanguíneo
-y por ende el aporte de oxígeno al cerebro- es capaz de
causar alucinaciones. Pero esto no alcanza para explicar el complejo
guión dramático, la estructura narrativa ni las
vívidas experiencias sensoriales producidas en las ECM.
La hipótesis psiconeurofisiológica más aceptada
fue propuesta por la doctora Susan
Blackmore, de la Universidad de Bristol, Inglaterra. La psicóloga
se inspiró en los
trabajos de Jack Cowan, un neurobiólogo que explicó
el túnel por un efecto de desinhibición de la actividad
del cerebro: las fajas de neuronas activas en la corteza aparecerían
como anillos concéntricos, túneles o espirales en
el campo visual.
Blackmore advirtió que esa hipótesis no rendía
cuenta de la luz al final del túnel. Para salir de dudas,
diseñó un programa de computación que simula
el funcionamiento del cerebro en una situación de desinhibición,
e intentó ver qué ocurría si un ruido eléctrico
comenzaba a crecer gradualmente en la corteza cerebral. El resultado
fue sorprendente: El programa de la computadora -escribe-
comienza con puntos de luz finamente diseminados, con más
puntos en el medio y muy pocos en los bordes. El número
de puntos aumenta de a poco, imitando el ruido creciente. El centro
comienza a verse como una burbuja blanca y los bordes externos
incorporan más y más puntos. Y así se expande,
hasta que, por fin, la pantalla se llena de luz. La apariencia
es exactamente como la de un túnel oscuro con pequeños
puntos de luz, con una luz blanca al final. Luego la luz se hace
mayor (o más próxima) hasta cubrir toda la pantalla.
En resumidas cuentas, la experiencia sería una ilusión
perceptiva debida a la excitación al azar de grupos de
neuronas de la corteza cerebral. Así, el protagonista
vivirá la ilusión de volar a través de un
túnel oscuro, hacia una salida iluminada. Y el trasfondo
religioso del sujeto determinaría la interpretación
final.
Pero, ¿por qué la sensación de bienestar?
Así lo explica el biofísico mendocino Fernando
Saraví:
Esa sensación se puede relacionar con opiáceos
naturales que libera el cerebro, como las endorfinas y la serotonina.
Las experiencias extracorpóreas (o proyecciones astrales,
en el argot esotérico) se vincularía con el reemplazo
del ambiente real por imágenes almacenadas en la memoria.
Los modelos de memoria -escribe Blackmore- a menudo se construyen
con una perspectiva aérea. La vivencia parece real porque
es el mejor modelo que el sistema tiene en ese momento.
El doctor Saraví está de acuerdo: En condiciones
anormales, estas percepciones son lo más parecido a la
realidad que dispone el paciente.
A Blackmore no le sorprende que el resultado sea transformador:
La experiencia permite a la gente echar un vistazo dentro
de la naturaleza de sus propias mentes, algo difícil de
obtener de otra manera. Las drogas pueden inducirlo temporariamente,
las experiencias místicas pueden hacerlo en personas excepcionales,
como así largos años de práctica de meditación.
Pero la ECM puede golpear repentinamente a cualquiera y mostrarle
lo que nunca supo antes: que su cuerpo es algo insignificante.
Y ésta puede ser una experiencia iluminadora.
Saraví es pastor evangélico. Pero desmitifica las
supuestas implicaciones religiosas de las ECM porque, como además
es científico, se cuida en separar evidencia experimental
de la fe. Y escritores de imaginación prolífica,
como Isaac Asimov, tampoco ceden
a la tentación de probar con argumentos científicos
avales dudosos de experiencias que son, ante todo, de naturaleza
espiritual.
Por fin, la psicóloga reflexiona: ¿Las ECM
ocurren dentro o fuera del cuerpo? Yo diría que ni dentro
ni fuera, pues tanto las experiencias como el yo carecen
de localización. Es la muerte lo que disuelve la ilusión
de que somos una identidad sólida dentro de un cuerpo.
ILUSTRACIÓN:
Andrés
Martínez Ricci
Bibliografía
consultada
Blackmore, S. Las experiencias cercanas a la muerte: ¿dentro
o fuera del cuerpo?. En El ojo escéptico Vol
1, Nro. 4. Ed. Cairp, Buenos Aires, abril 1992.
Blackmore, S. Visioni da un cervello morente. En Scienza
& Paranormale, Año IV, Nro. 1. Ed. Cicap.
Pavia, abril 1992.
Moody, R." Vida después de la vida". Ed. Edaf,
Madrid, 1981.
Ring, K. "Life at Death". Ed. Coward, Mc Cann &
Geoghegan. New York, 1980.
Saraví, F. En "Parapsicología, ¿un engaño
del siglo XX?" Cap. VIII Sondeando el más allá.
Ed Clie, Barcelona, 1993.
Primera publicación: Sección En
Trance, diario La Prensa, Buenos Aires, 17 de abril de 1995.
Título original: Contactos con el más allá.
© Alejandro Agostinelli. Todos los derechos reservados.
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