“El
día en que se le detuvo el corazón, Nunzio
Sanfilippo yacía en la cama de un hospital porteño.
Luego, el apagón. Cuando volvió a abrir los ojos,
se acercó a la ventana, y ahí lo esperaba el espectáculo
más hermoso del mundo: la copa de un árbol, un
pedacito de cielo. Mientras su conciencia osciló entre
la vida y la muerte, tuvo una visión: “Vino hacia mí
una luz muy potente y sentí que me elevaba a través
de un túnel. No sentía el peso del cuerpo y un
inmenso bienestar. Al fin del recorrido, una voz me dijo: ‘Yo
sé por qué viniste. Pero aquí no lo vas
a encontrar porque está en todas partes. Yo soy Jesús.
Perdona a los que te han hecho un mal y vas a vivir con mucho
amor’. Después creo que regresé, porque todo terminó”.
El testimonio de Nunzio, un simpático italiano radicado
hace años en la Argentina, es uno entre miles que vivieron
la misma experiencia. ¿Cuán real fue esa visión?
“No ví aquello con mis ojos físicos -recuerda-
sino con los ojos de la mente. Pero jamás voy a olvidar
esa voz”. Desde el punto de vista del relativismo cultural
-según el cual la importancia de estos fenómenos
se mide por sus efectos psicosociales, más allá
de sus eventuales causas fisiológicas-, no interesa tanto
determinar si Nunzio espió el otro mundo o no como ver
en qué medida le afectó la experiencia. Para Nunzio,
aquello fue demasiado real. Tanto que le cambió la vida.
Uno de los desafíos que proponen estas
controversias, en todo caso, consiste en establecer los diferentes
niveles de beneficio que obtienen cada una de las partes: los
protagonistas descubren que su vida ahora posee una dimensión
espiritual; los antropólogos pueden estudiar la imaginería
asociada a la muerte en culturas diferentes; los científicos
de la mente tienen la oportunidad de aprender más sobre
el funcionamiento del cerebro en situaciones de estrés
y, por último, algunos escritores pueden aprovechar la
moda para montar una fábrica de ilusiones: sólo
un necio se negaría a ver que recoger estas historias
en crudo bajo el título La muerte no existe, por
ejemplo, constituye un éxito editorial garantizado.
LA
EXPERIENCIA ESENCIAL
Lo cierto es que, durante años, el
estudio de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) se dividió
entre quienes las consideran la única evidencia disponible
de la existencia de un paraíso más allá
de este mar de lágrimas y entre quienes se limitan a
considerarlas meras alucinaciones producidas por el cerebro
moribundo, no más interesantes que un sueño especialmente
vívido. Más tarde, la doctora Susan
Blackmore propondría una “tercera
posición” .
Los primeros defensores de las ECM como prueba
de la superviviencia del alma fueron el doctor en filosofía
y medicina
Raymond Moody, autor de Vida después de la vida (1975)
y la doctora Elisabeth Kübler Ross. Pese a que sus libros
tuvieron un carácter más anécdótico
que científico, fueron quienes llamaron la atención
sobre el tema. A principios de los ‘80, el doctor Kenneth
Ring, un psicólogo de la Universidad de Connecticut,
fundó la primera asociación dedicada al estudio
de estas experiencias. En una encuesta a 102 personas que estuvieron
al borde de la muerte, descubrió que el 50 por ciento
de ellas habían vivido lo que llamó una “experiencia
esencial”. Más tarde realizó los primeros estudios
comparativos con experiencias extraordinarias afines: en 1987,
en el curso de su Proyecto OMEGA,
notó sugestivas correspondencias entre las ECM y los
relatos de abducidos por extraterrestres. Los paralelismos existían,
tanto como los cambios vitales de los protagonistas. Pero, dejándose
llevar por el entusiasmo, desestimó la búsqueda
de explicaciones neurofisiológicas e interpretó
a éstos como la expresión de un salto en el nivel
evolutivo de la especie, o un síntoma de “chamanización
de la humanidad moderna”.
Al principio, menos contaminado por sus convicciones
metafísicas, Ring bosquejó el primer mapa del
fenómeno (paz, separación del cuerpo, ingreso
en el túnel, visión de la luz e ingreso en la
luz) y encontró que las últimas etapas eran alcanzadas
por menos gente, lo que significaba que existía una secuencia
ordenada de experiencias aguardando desarrollarse.
Este hallazgo impuso el criterio de que la
estructura de las ECM representaba algo más que una simple
alucinación. Los partidarios de esta explicación
-el psicólogo canadiense James
Alcock y Robert Kastenbaum,
de la Universidad de Arizona- compararon estas experiencias
con las alucinaciones inducidas por drogas, donde aparecen formas
como el túnel, el espiral, la trama o red cristalina
y la telaraña, descriptas por Heinrich Klüver en
1930 y profundizadas por Ronald Siegel en los ‘70. Para ellos,
los patrones repetitivos reportados podían ser moldeados
por el recuerdo de casos similares que los resucitados pudieron
haber leído o escuchado en los medios.
¿Todos los que estuvieron próximos
a la muerte revivieron una ECM? Una encuesta realizada por Gallup
en 1982 estimó que uno de cada siete adultos ha estado
cerca de morir, y que de éstos, uno de cada veinte vivió
una ECM. En contra de lo que se cree, no hace falta haber
estado al borde de la muerte para pasar por la experiencia:
ha sido descripta por personas que han tomado ciertas drogas,
estaban muy cansadas o estaban llevando sus actividades ordinarias.
Lo mismo sucede con el túnel: “Esta visión
-escribe Blackmore- puede ser experimentada en la epilepsia
y la migraña, al quedarse dormido, al meditar o simplemente
al relajarse, aplicando presión en ambos globos oculares
y con ciertas drogas como LSD, psilocibina o mescalina”.
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