¿Es legítimo facilitar que los pacientes oncológicos
se aferren a una esperanza que les hará dilapidar tiempo,
esfuerzo y dinero? No, nadie se cura solamente con la esperanza.
Sin embargo, es difícil mostrar las consecuencias de
aquel error.
Pero, por el contrario, es extraordinariamente fácil
ofrecer caminos oblícuos y prometer que, siguiéndolos,
se sentirán mejor. También es fácil convencerse
de que mejorarán recurriendo al famoso efecto placebo.
Así y todo, cada vez hay más gente que le teme
a las terapias convencionales porque se le ha inculcado la falsa
idea de que la quimioterapia la matará por su toxicidad.
Hoy por hoy no existen campañas médicas masivas
y los métodos no científicos son mucho más
fáciles de promocionar: sólo se necesita pagar
una página en una revista o algún espacio en un
medio. La técnica publicitaria es más fácil
aún. Basta con presentar un testimonio fuerte: “Yo tenía
cáncer y después de seguir el método de
Fulanito no lo tengo más”. Una anécdota de gran
impacto emocional, como advierte un completo informe
de la Sociedad Americana de Cáncer, puede más
que un millón de explicaciones científicas.
Las medicinas tramposas persiguen fines económicos. Y
la gente también se engancha por motivos económicos:
es más barato ponerse en manos de un sanador que completar
un tratamiento oncológico, aunque después de atenderse
con el filipino salga con el tumor puesto.
Hoy, cuando la gente debe esperar un mes en obtener turno con
un especialista en un hospital público, o cuando el servicio
médico tarda 15 días en autorizar un estudio,
los charlatanes se convierten en una opción real: atienden
casi de inmediato y prometen lo imposible.
Si todas las terapias curativas que se promueven para el cáncer
fueran ciertas, realmente seguras, no tóxicas y baratas,
sería muy interesante que sus promotores las ofrecieran
en los hospitales públicos. ¿Por qué sólo
las ofrecen a quienes pueden pagarlas? Si tuvieran alguna base
científica, nosotros -que además de nuestros pacientes
también tenemos parientes y amigos con cáncer-
seríamos los primeros en apoyarlas.
En cuanto al cirujano filipino Alex
Orbito, no estaría mal que en su próxima visita
muestre cómo cicatriza una herida real (es decir, no
la que realiza en su show sino alguna secuela causada por un
accidente o un objeto contundente) y que, de paso, permita efectuar
una anatomía patológica que pruebe que ha retirado
un tejido humano, y no -como ya ha ocurrido- un simple menudo
de pollo.
Primera publicación: Sección En
Trance del diario La Prensa, Buenos Aires, 8 de mayo
de 1995.
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