El 14 de noviembre de 1991, Telefe Noticias mostró cómo
el curandero “le hacia creer” (para usar sus palabras) al paciente
de cáncer Rogelio Musconi (68) que con su tratamiento
iba a curarle la enfermedad. Días después, el
ilusionista Enrique
“Aries” Márquez demostró ante cámaras
-como lo hizo el año pasado con el filipino Alex Orbito
promovido por Claudio
María Dominguez- que tales operaciones son un burdo
juego de manos con que se pretende justificar los 300 dólares
o más que les cobran a sus pacientes.
Márquez explicaba que el truco de Gil Lecha consiste
en “aplicar una pasta (Vefren) sobre el abdomen y tomar un algodón
con la mano izquierda donde oculta un pomo con colorante. Con
la otra mano toma una tijera con la que simula hacer un corte
en la zona afectada y desliza la tijera trazando un surco. En
el momento preciso, arroja un chorro de ‘sangre’ para dar la
apariencia de que el corte es profundo. Luego toma una gran
masa de algodón, la apoya sobre el abdomen y simula introducir
una aguja por debajo del algodón y dentro del cuerpo
del paciente”. Al final, para demostrar la eficacia del tratamiento,
Gil Lecha asestaba dos fuerte puñetazos en el estómago
del paciente, quien se quejaba ostensiblemente.
Durante los cinco días que dediqué a mi investigación
en Capilla del Monte recogí el testimonio de media docena
de vecinos indignados con el curandero. Pero como las anécdotas
personales siempre son materia opinable, cito la denuncia que
presentó el señor César Augusto Sardi al
comisario Daniel A. Godoy de la ciudad de Zárate, Buenos
Aires. Sardi declara que Gil Lecha pretendió cobrarle
300 pesos por “una operación astral al cerebro (me pasó
por la zona occipital una tijera de podar) que me hizo tan mal
que decidí no tomar los medicamentos que me había
recetado”. Esta sola declaración remite directamente
al articulo 208 que reprime el
Ejercicio ilegal de la medicina.
Por todos estos antecedentes es atinado considerar peligrosas
las actividades que realiza Gil Lecha, quien se presenta indistintamente
como “doctor”, “profesor” o “licenciado”. Esta vez, el calificativo
queda en manos de la inteligencia del lector.
Primera publicación: Revista Descubrir
Año 6, N° 64, pp. 98. Buenos Aires, noviembre de
1996.
Nota del Editor: Una versión
resumida de este texto fue publicada en la sección “Opinión”
de la revista “Descubrir” bajo el título “Periodismo
responsable”, a propósito de una carta documento enviada
por el lector Mariano Arbonés, quien declaraba sentirse
“ingratamente sorprendido por las afirmaciones de Alejandro
Agostinelli” relativas al señor Ricardo Gil Lecha a quien
(el periodista) sindica como un “peligroso imitador de los cirujanos
filipinos” en una nota sobre Capilla del Monte, publicada en
el N° 63 de “Descubrir”. Allí, Arbonés afirmaba
que “desde hace cuatro años ‘camino’ gracias a ese ‘peligroso
sanador’ y agrega: “No creo, he visto y lo he sentido en carne
propia”.
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